Entrando al albergue de Paloma y Leña
 

4ª etapa: S. Mamede-Portomarín-Ventas de Narón

La etapa récor -41 Km-

Los dos con Santiago en Portomarín

A las doce y cuarto pisamos la verde explanada del peculiar albergue de Paloma y Leña, a las puertas de San Mamede, un lugar diferente a todo lo que podremos encontrar en el Camino de Santiago.
Se trata de un alojamiento rural donde se combina con buen gusto la decoración clásica y moderna. Una construcción con planta en forma de “L” de una sola altura, con la fachada pintada en un color rosado bastante llamativo. En el centro del edificio destacan con techos puntiagudos de pizarra la recepción y las zonas comunes, especialmente el lujoso salón; una amplia estancia cuya entrada está franqueada por un viejo piano, símbolo anacrónico del pasado artístico y refinado de sus propietarios. El hermoso salón es una habitación sabiamente decorada con fuertes contrastes. Por un lado las paredes están cubiertas por dos grandes espejos con marcos de madera, un gran tapiz con los dos escudos heráldicos familiares y varios cuadros con fotos antiguas en tonos sepia. Los techos son altos y están rematados por un artesonado de gruesa madera, de donde cuelga una gran lámpara de forja. Y, al otro lado, como en un duelo de épocas, una chimenea funcional pintada de color verde pistacho, rodeada de acogedores sofás de vivos colores.

Las habitaciones se encuentran a ambos extremos del edificio, bajo dos porches simétricos rematados en madera, a cuyas puertas han tendido con buen criterio numerosas hamacas de color variopinto. Y cada una de las puertas tiene su nombre. La nuestra, la más lejana al centro del albergue, se llamaba la habitación violeta, como una pequeña placa de color morado indicaba con el dibujo de unas florecillas y el nombre de la flor.
Nuestra pequeña habitación, aunque sólo disponía de espacio para un estrecho mueble, una silla y unas camas literas, nos pareció de ensueño, pues no tendríamos que compartirla con nadie y disponía de una buena ducha y un cuarto de baño para nosotros solos.
Después de ducharnos, lavamos la ropa que habíamos llevado puesta ese día a la vuelta del edificio, y la colgamos en la verde pradera junto a nuestro porche, en nuestro propio tendedero.
Tras las obligadas faenas domésticas decidimos marchar a la pequeña aldeíta de Aguiada, a medio Km del albergue, para almorzar, en el lugar donde nos habíamos bebido aquella gran cerveza antes de llegar, pues nos sedujo la idea de acompañar la comida con otra buena jarra fría de esa rica “agüita amarilla”, que calmase nuestra persistente sed.
La vuelta a nuestros paradisíacos alojamientos se nos hizo pesada, y si no hubiese sido por la desusada calidad de los mismos, nos habría bastado con echarnos en alguno de los pajares que atravesamos por el camino, junto a alguna de las numerosas vaquitas que los poblaban. Tal era el cansancio que llevábamos acumulado del día, y que esperábamos restaurar con una larga y silenciosa siesta.
Tras el merecido sueño Romerillo se fue a investigar al interior del albergue, mientras yo me echaba en una cómoda hamaca a la puerta de nuestro cuarto, bajo los soportales, con mi diario de viaje y unos folios donde escribir las ideas que últimamente me asediaban.
Resultaba que en las tres primeras etapas, a más de 30 Km por día, ya habíamos adelantado una jornada de nuestro calendario inicial, y nos encontrábamos perfectamente sanos y dispuestos a recorrer otros tantos o más cada día. Por lo que estuve haciendo los cálculos y consideré que, sin mucho esfuerzo, podíamos llegar a Santiago en siete jornadas, en lugar de en nueve, como estaba planeado. Y, se me ocurrió entonces, que los dos días extras de que disponíamos, podíamos aprovecharlos para continuar hasta Finisterre, según una antigua costumbre jacobea, que había visto recientemente plasmada en la película The Way, de Emilio Estévez y Martin Sheen, -film que recomiendo a los que hayan hecho el Camino o estén pensando en hacerlo algún día-.
En realidad hasta Fisterra –el final del mundo hasta hace 500 años-, o hasta Muxía –el otro posible final- hay tres largas etapas. Pero nosotros podríamos tomar el autobús desde Santiago hasta el comienzo de la segunda etapa, en Negreira, y comenzar desde allí hasta Olveiroa y al día siguiente hasta Fisterra, para llegar hasta el mar. Allí dejaríamos todo lo malo atrás, quemándolo en una hoguera, para emprender una nueva vida, según la creencia popular.
Y estos fueron los nuevos planes que aprobamos consensuadamente con toda nuestra ilusión. Aunque para ello deberíamos hacer mañana más de 40 Km en nuestra cuarta etapa, si queríamos llegar al siguiente día hasta Melide, acogedor enclave gastronómico, y dejar para la última etapa un recorrido más leve, pensando en visitar un rato al menos la capital cultural gallega. Pero no corramos tanto, no nos adelantemos a los acontecimientos.
La tarde la pasamos tumbados en las hamacas, acariciados por el tibio sol lucense, leyendo un rato, meditando somnolientamente y escribiendo los últimos acontecimientos, para recuperarlos algún día tan extravagante como el de hoy.
Allí recibí la llamada de nuestro amigo Sergio, el pescadero catalán, para decirnos que Clemen había conseguido llegar hasta Sarria, a pesar de sus dolencias, y que él había parado en el albergue de Barbadelo, aún más lejos, a ocho Km del nuestro. Estaba claro que ellos pretendían llegar lo antes posible a su destino y estaban dispuestos a sufrir hasta el final –como todo buen peregrino-.
Sergio, según nos dijo recientemente, había salido de Roncesvalles el 31 de julio y llevaba ya 18 etapas, créanlo, -el que se crea capaz que lo intente-. Estas fueron sus etapas del Camino de Santiago, transcritas literalmente de su último y más conmovedor email:

1º Roncesvalles- Zubiri (31 Julio)
2º Zubiri- Cizur Menor
3º Cizur Menor-Cirauqui
4º Cirauqui-Los Arcos
5º Los Arcos- Navarrete
6º Navarrete-Santo Domingo de la Calzada
7º Santo Domingo de la Calzada-Belorado
8º Belorado-Atapuerca
9º Atapuerca-Hontanas
10º Hontanas-Frómista
11º Frómista-Calzadilla de la Cueza
12º Calzadilla de la Cueza-El Burgo Ranero
13º El Burgo Ranero-Virgen del Camino
14º Virgen del Camino-Astorga
15º Astorga-Riego de Ambrós
16º Riego de Ambrós-Villafranca del Bierzo
17º Villafranca del Bierzo-Hospital da Condesa
18º Hospital da Condesa- Barbadelo
(Desde donde saldría hoy mismo).
Y según nos contó después terminó en tan sólo tres etapas más, haciendo:
19º Barbadelo-Areixe
20º Areixe-Arzúa Centro
21º Arzúa Centro- SANTIAGO DE COMPOSTELA (20 AGOSTO)

Según sus propias palabras de este último email:
“Recorriendo 750 Km, no sé cuantas comunidades, no sé cuántos albergues con gente muy buena dentro de ellos, no sé cuántas lagrimas, no sé cuántas risas, no sé cuántas botellas de vino, no sé cuántos amigos he dejado en el camino, pero lo que no he dejado en el camino es el recuerdo de todos vosotros y sobre todo el motivo por el que lo hice. Os agradezco a todos aquellos que habéis conseguido que lograra mi promesa, a todos, GRACIAS Y BUEN CAMINO EN LA VIDA.”
En fin, sobran los comentarios. Sólo es una pequeña muestra de los sentimientos de un peregrino campeón que tuvimos la fortuna de tropezarnos, una de las personas más simpáticas, con más morro y más divertidas que he conocido nunca, y con el que espero volver a topar algún día:
- ¡Pescaero! ¡Te queremos! ¡Cuídate!
- ¡Buen Caminho!

Para cenar volvimos a recurrir a nuestra taberna de Aguiada, donde para hacer tiempo, escanciamos una burbujeante sidriña, antes de volver a degustar el sabroso caldo gallego y una buena carne, como todas las de esta bendita región. Quiero recordar que se nos hizo de noche en el camino de vuelta, y que nos costó lo suyo llegar, un poquito achispados por el rico licor afrutado, discutiendo con alguna de aquellas vaquitas la bondad de nuestros aposentos y los suyos.
Aquella noche televisaban, recuerdo, un Barça-Real Madrid, la final de la Supercopa. Pero el partido era a las diez de la noche y nosotros al día siguiente teníamos un día muy duro, así que a esa hora estábamos ya acostados y, seguramente, durmiendo, a pesar de la inevitable serenata nocturna.
A las 5 menos cuarto pusimos el despertador y a las 5 y cinco minutos exactamente –mi buen amigo y yo, que tanto necesitaba para salir por la mañana- ya estábamos en la puerta grabando el madrugador vídeo de la etapa del día, en plena oscuridad, como dos sonámbulos vagabundos espantados de su guarida, el terror de cualquier desaprensivo que acertara a pasar por allí a aquellas intempestivas horas. Pretendíamos batir por mucho nuestro récor de senderistas, pues nos habíamos planteado llegar, no hasta Gonzar, con su pulcro albergue, ni hasta Hospital de la Cruz, a 40 Km ya, sino un poco más allá todavía, hasta una aldea conocida como Ventas de Narón, a 41 Km de distancia de nuestro punto de partida.
Nuestra madrugadora ruta comienza por un andadero de tierra que circula paralelo a la carretera LU-5602. Dejamos San Mamede do Caminho a la izquierda, dormida, y pasamos en silencio sin despertarla. Sobrepasamos el mojón 114 de Carvallal y el cruce de Ferreiros a la derecha, hasta llegar al camping próximo a Sarria y al primero de los muchos albergues de esta población, que es la que dispone del mayor número de ellos de todo el Camino Francés, no en vano es punto estratégico de comienzo de numerosísimas peregrinaciones a Santiago, pues dista poco más de los 100 Km reglamentarios exigidos por la Xunta.
Recorrimos las calles de Sarria –no confundir con el rico barrio barcelonés: Sarriá-, bajo la blanquecina luz artificial de sus farolas, marchando por el centro de la villa entre señoriales casas de dos plantas, ascendiendo por empinadas cuestas de asfalto y escalinatas de piedra, en cuyos descansaderos encontramos ya a algunos madrugadores peregrinos disponiéndose a comenzar su jornada.
Aquel emblemático poblado seguramente se hubiera merecido una visita turística más sosegada por sus rincones, pero cuando pasamos aquella fresca madrugada por allí ni siquiera era el momento del desayuno para nosotros, así es que nuestro afán peregrino postergó esa cita para otro momento de nuestras vidas.
Dejando atrás Sarria, a los seis Km del comienzo de nuestra etapa, salimos al campo y nos metemos de lleno en la más profunda oscuridad, por lo que tenemos que recurrir de nuevo a nuestras socorridas linternas frontales.
Cruzamos un gran puente de piedra para cruzar el río y más allá otro, más pequeño de madera, entrando en un bosque de tupida vegetación y altos árboles que se alzan amenazadores en la noche. La humedad del terreno y algunas ajadas bolas de pinchos nos indican que andamos por un bosque de castaños. El camino se levanta y tenemos que apretar los dientes para subir hasta las ruinas de un viejo castillo en As Paredes, donde se ubica el mojón 109. Tras una serpenteante ascensión vislumbramos las luces de lo que intuimos sea un bar-restaurante, pero que finalmente identificamos como una preciosa casa rural rodeada de césped; un extenso y lujoso complejo habilitado como albergue para los peregrinos menos austeros, donde paramos a tomar nuestro anhelado desayuno, en la conocida como Casa Barbadelo, a las puertas de la aldea de Vilei, dentro ya del propio Consello de Barbadelo.
Desayunamos un festín de tostadas y dulces con un gran tazón de café con leche, para no variar nuestra tónica. Allí sellamos aquel día por primera vez nuestra credencial y este diario, saliendo al exterior en apenas media hora, ya amaneciendo, casi de día, como si mientras tanto Dios hubiera estado poniendo los caminos, para que retomásemos nuestro recorrido sin linterna –como había dicho aquel viejo poeta en la misa del peregrino de Ponferrada-.
Pasamos Barbadelo acordándonos de nuestro pescadero catalán, que seguramente estuviera ya en marcha también. Frecuentamos durante los siguientes tramos el asfalto, en ligero pero continuo ascenso, hasta dejarlo después de la aldea de Rente, en el cruce con la LU-5709 y la población de Mercado da Serra, donde en lugar de continuar hacia la taberna próxima –una de esas trampas del Camino-, penetramos por un camino arbolado. A los 12 Km de nuestra salida llegamos al viejo molino de Marzán, y un kilómetro más allá, a Leiman, con otro típico mesón gallego.
Hasta llegar a Portomarín atravesamos la rústica localidad de Peruscallo, donde se exhiben a la venta frambuesas colgadas de la puerta de algunas casitas, que son la tentación de los peregrinos más golosos, como el orondo Romerillo del año anterior, que no supo sustraerse a sus encantos.
Recuerdo la conversación que llevábamos por aquellos parajes, al abandonar la carretera de nuevo: una inútil y estéril charla sobre nuestros particulares gustos por las mujeres, más exactamente, sobre el tipo ideal de esposa de cada uno. Personalmente era una cuestión que nunca me había hecho. Como siempre nos distinguieron nuestras diferentes perspectivas. Don Alonso, como miembro de una noble estirpe, tenía una idea más materialista del asunto, pues ponía por delante las cualidades funcionales a cualquier otro tipo de consideración. Siempre había deseado la tradicional esposa casera, abnegada y entregada a su marido y a su familia en general. Mientras su tío se dejaba llevar más bien por las cualidades morfológicas y sentimentales, suponiendo, tal vez equivocadamente, que lo importante es el amor en la pareja, y que a partir de ahí todo debería desarrollarse de la mejor manera posible en el hogar.
Entre castaños llegamos a las poblaciones de Cortiñas y Lavandeira, alcanzando el mojón conmemorativo de los 100 Km a Santiago a la salida de Brea. Ya sabéis, desde aquí hay que empezar como mínimo para obtener la Compostela, debiendo sellar la credencial al menos dos veces por etapa, hasta el punto de destino en las inmediaciones de la plaza del Obradoiro. Aunque si fuera por este simple papel nadie haría el Camino de Santiago.
Al llegar a Morgade (Km 16) sellamos nuestras credenciales en un bullicioso mesón, que estuvo a punto de enredarnos entre los escotes de alguna hermosa moza que sofocaba sus sudores a la puerta del mismo sin el más mínimo recato. Por allí aún Don Alonso no se había dejado llevar por la opinión de su alter ego, y pretendía además convencer al tito de lo equivocado que resultaba un punto de vista romántico en cuestiones tan trascendentes. Pero este, que había quedado hipnotizado por los insinuantes placeres de aquel paraíso, no dejaba de exponer aquellas pruebas argumentales para defender su tesis. Y no paraba de decir mientras se le iban los ojos sin poder remediarlo: - Lo importante es el amor, el amor, el amooor…
Esta es una de esas cuestiones en las que uno podría argumentar hoy a favor y al día siguiente en contra, sin por ello resultar incongruente. Pues a él le dio por querer oír a su sobrino, acusándole de machismo y falta de sensibilidad, por lo que continuaron con la conversación muchos kilómetros, y así se les hizo más corto el camino hasta Portomarín.
Dejamos el Consello de Sarria y penetramos en el de Paradela al llegar a Ferreiros. Por allí Don Alonso parecía indignado por las acusaciones de su tío, más aún al pisar de nuevo el asfalto, que no paraba de castigar su tendinitis.
Pasamos por Mirallos, A Pena, Couto y Rozas en los siguientes 2 Km, mientras Romerillo decía que mi ideal era una mujer florero, para que adornara paseando junto a mí. Y yo le respondía que la mujer florero es la que se usa para la casa, para nuestra decoración interior, para que nos lo tenga todo preparado, todo limpio, y que yo no buscaba eso.
Cruzamos la carretera para llegar a Moimentos y unos metros más allá a Mercadoiro, con albergue, y otros pocos más a Moutrás, desde donde bajamos una carretera hasta llegar a Parrocha y Vilacha, casi juntas, hasta que por una sorprendente cuesta se baja al embalse de Belesar, aún con las últimas puntualizaciones de nuestra absurda conversación. Hasta que llegamos a orillas del río Miño al llegar a Portomarín, a 25 Km de nuestra salida, donde a semejanza de aquel río, se fue extinguiendo por fin el manido tema de charla; que cada uno se apañara con la suya, y que le durara muchos años, pues sería señal de que todo estaba más o menos bien.
A Portomarín entramos a las 10 y 25 h. por un enorme puente que atraviesa el gran cauce de un mermado río Miño aquel dieciocho de agosto. Al atravesar los 350 Mt de puente topamos con una altísima escalera, una especie de monumento al escalón, que hay que ascender para llegar a la calle principal de esa populosa población. Al pasar por la farmacia me detuve a comprar un alivio para mi garganta, que me indicaba claramente el constipado que tenía, mientras Romerillo avanzaba hacia la plaza del Ayuntamiento, para esperarme allí sentado.
Después de unas fotos nos tomamos un café en un bar próximo y continuamos la etapa, saliendo por las intrincadas calles de la localidad, rodeando unas casas que nos dejan en los barandales del río, para atravesarlo de nuevo en dirección este a la salida por un largo, estrecho y destartalado puente.
A la salida de Portomarín son las once de la mañana, llevamos seis horas de etapa y aún nos quedan quince largos Km, otras tres horas más, para nuestro recóndito destino.
Para variar, a partir de Portomarín escasean los poblados pero cada vez son más numerosas y más claras las flechas amarillas que nos conducen por el Camino y los mojones de señalización que descuentan los Km que nos van restando hasta Santiago. Pero sobre todo empiezan a ser muy abundantes los peregrinos con los que nos encontramos. No sólo me refiero a los que adelantamos sino también con los que nos cruzamos, - pueden creerlo - en su camino de vuelta. Hay gente que regresa a la frontera francesa después de haber recorrido 750 Km o más, descansan una o dos noches en Santiago, y se vuelven para hacer otros 750 Km hasta el punto de salida. Gente que viene y va a París, a Roma o a Berlín, después de haber llegado a Santiago o a Finisterre.
¿Qué tendrá este Camino para arrastrar semejante pasión a tantas personas diferentes en tan lejanos lugares del mundo? Supongo que son varias cosas. Supongo que hay un afán de hacer cosas diferentes a las habituales. Cosas, de alguna manera, meritorias o extraordinarias. Y también hay, quién lo diría en esta descreída época, un fuerte componente religioso que sigue funcionando como motor de arrastre.
De esos quince últimos Km sólo recuerdo dos o tres cosas. Recuerdo que pronto nos encontramos a lo lejos con dos peregrinos que andaban muy deprisa delante de nosotros, pues a pesar de que poco a poco íbamos reduciendo la distancia, pasaba el tiempo y no los alcanzábamos. Poco a poco la pareja se deshizo, quedó uno de ellos atrás, al que pasamos después de descolgarse. El otro, que llevaba una indumentaria llamativa, pantalones largos de color rojo y camiseta azul cobalto, siguió con el mismo ritmo y no lo conseguimos adelantar hasta bien pasado el poblado de Toxibo, mojón 89,5. También recuerdo parar cuando faltaban unos 5 Km para llegar, a la salida de Castromaior, en un pequeño y solitario bar, regentado por una chica. Allí quisimos parar, extenuados, tras 36 Km de andadura, para pedirnos un buen bocata de tortilla de patatas y un par de cervezas bien frías. Sentados a la puerta dimos cuenta de aquel precioso manjar como si fuera néctar de los dioses.
Cuando estábamos terminando nos pasaron los dos jóvenes peregrinos con los que nos habíamos disputado el liderato de la etapa hasta allí. Saludándonos al pasar con una sonrisa y con aquellas dos palabras que siempre irán ya con nosotros: ¡Buen Camino!
A los cinco minutos, pagamos y salimos pitando a nuestro destino final. Recuerdo las dificultades de aquel último tramo, subiendo por una empinada y prolongada cuesta por el reblandecido asfalto. Recuerdo comentar que a aquellos veloces senderistas ya no les veríamos más el pelo. ¡Qué equivocados estábamos!
Recuerdo llegar hasta Hospital de la Cruz, contemplar el desolador albergue a la izquierda, dejarlo atrás, y por fin, un Km más allá, por la carretera, alcanzar el letrero de Ventas de Narón, nuestro destino. Y llegar a su albergue privado: la Casa Molar; un rústico caserón de piedra, con un pequeño patio al sol.
Allí llegamos a las dos y media, aproximadamente, tras 41 Km de recorrido y casi nueve horas y media de dura jornada. Todo un récor.

Continuará.

Documentos adjuntos a esta publicación

Romerillo bebiendo cerveza en AguiadaEn el salón del albergueRomerillo en el salón del albergueEl tito escribiendo el diario del CaminoEl tito andando por detrásEl sobrino delante y el tito detrás El tito junto a una casita rural del caminoRomerillo delante y el tito detrásEl tito caminandoRomerillo hablando con el exteriorEl tito con las vaquitasRomerillo por detrás con el móvilEl tito por el gran puente de PortomarínRomerillo en las escaleras de PortomarínEl tito entrando en PortomarínAyuntamiento de PortomarínRomerillo posando sobre su cayadoEl camino arboladoRomerillo en la parada final de CastromaiorEl tito posando de peregrinoRomerillo, poco antes de la llegada al albergueCasa Molar; albergue de Ventas de NarónEl tito dentro de la Casa Molar de Ventas de Narón
 
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