La casa Molar, albergue de Ventas de NarónPanorámica de Romerillo entrando en el bosque detrás de la biciPuente de Furelos, muy cerca ya de Melide
 

5ª etapa del Camino: Ventas-Melide (27,5 Km)

En busca del pulpo perdido

Los inigualables senderistas cordobeses
Cuando llegamos al albergue de Ventas de Narón, llamado la Casa Molar, a las dos y media, enseguida pedimos que nos condujeran a nuestras habitaciones para tomar posesión de nuestra anhelada cama, epicentro de nuestra estancia en este recinto.
El lugar era una casa rural de sillares irregulares de piedra en el exterior del edificio y en los muros principales del interior del restaurante y de las habitaciones, con gruesas maderas oscuras en los techos y con literas también de madera. Parecido al albergue de Pereje, pero notablemente inferior en calidad, especialmente en las camas, que recuerdo tener que escalar con mucho esfuerzo y traqueteo, para dejar al pobre Romerillo, resentido de sus partes débiles, la cama de abajo.
Por una vez, dadas las altas horas de nuestra llegada, después de ducharnos y cambiarnos de ropa, nos dirigimos al restaurante a almorzar, dejando la colada para después de la siesta. Aunque la abundante comida no entraba con las mismas ganas que habitualmente, ya que aún teníamos muy reciente el grandioso bocadillo de tortilla de patatas de la última parada.
Tras la más merecida siesta de nuestro Camino nos dispusimos a lavar la ropa en el amplio patio sembrado de mesas, sillas, sombrillas y tendederos, aún con el agradable sol gallego recargando las baterías de los peregrinos y secando sus prendas de vestir.
En el porche del edificio encontramos sentados a nuestros duros competidores de la mañana, a los que ya habíamos creído ver a lo lejos en el almuerzo.
Los saludamos y les pedimos permiso para sentarnos con ellos, a lo que accedieron gustosamente. Resultó que venían también de Córdoba, y uno de ellos, Jesús, era profesor del Instituto Averroes. Nos reímos comentando nuestra rivalidad de la mañana, admitiendo que habían sido ellos los primeros en sobrepasarnos, aunque sólo fuera mientras permanecíamos sentados en aquel bar salvador. El chico que le acompañaba, como Romerillo, andaba un poquito tocado, a ambos les había costado llegar hasta allí, aunque para los demás aquello tampoco había sido un paseo.
Con Jesús intercambiamos teléfonos para salir juntos por las Mágicas Veredas Cordobesas, como efectivamente ocurrió en varias ocasiones, fructificando a los pocos meses aquella relación en largas caminatas compartiendo gustos literarios y filosóficos.
Nuestro amigo resultó ser una persona muy comprometida con su labor educativa y social, amante de la naturaleza y admirador de las bellezas cordobesas, en especial la de sus mujeres, no tanto, al parecer, de su altivo carácter, que las hacía desgraciadamente inabordables. Y es que ya se sabe que lo bueno es siempre algo más costoso.
No quisimos demorar la hora de la cena, como de costumbre, donde nos deleitamos con manjares sin cuento, tras lo cual alcanzamos nuestras camas poco más tarde de las nueve y media, aún de día, como sucumbiendo al viejo anuncio televisivo de “Los Peques a la Cama”.
Nuestro destino del día siguiente sería Melide, el lugar del Camino Francés conocido por la bondad de su “Pulpo a la gallega”.
El relato de esta etapa tuve la oportunidad de realizarlo a nuestra llegada al albergue municipal de Melide, donde acabamos bastante antes de la hora de apertura. El tito dice así más o menos en su diario de aquel día 19 de agosto de 2.011:

Acabo de llegar a Melide. El albergue público está cerrado y no lo abren hasta la una. Así que he preferido escribir sentado sobre un muro de piedra que rodea el recinto, tomando un poco de sol, mientras nuestras mochilas nos guardan el sitio en el decimoquinto y decimosexto lugar de la fila: hoy también parece que tendremos refugio, aunque tengamos que esperar un rato.
Salimos esta mañana algo después de las cinco y media. En la puerta de la Casa Molar gravé a Romerillo un video nocturno del recorrido de la etapa en el que se apreciarán las huellas de cinco días de peregrinaje. De los primeros kilómetros que hacemos cada día a oscuras esa es la única muestra, en ella se reflejan el cansancio y el buen talante con que emprendemos cada jornada.
Romerillo me confiesa que no ha dormido bien esta noche y que además se ha resentido de su tendinitis, así que empezamos despacio la ruta, esperando calentar poco a poco y que todo vaya bien sin sobresaltos.
Desde Ventas de Narón ascendemos tranquilamente por la Sierra de Ligonde, por donde navegan el Miño y el río Ulla bastante más deprisa que nosotros, hasta los 733 metros, siguiendo la comarcal 535, con nuestras linternas iluminando los bosques y descendiendo por la ladera contraria, pasando por Previsa y por el cruceiro de Lameiros, cuyo espectral Cristo con espinas y calavera, nos dejó helados de pavor al pasar a su lado. Seguimos subiendo y bajando las colinas con desgana. Subimos Ligonde, bajamos Areixe y subimos de nuevo a Portos, descendiendo otra vez por Lestedo, como con el vaivén de un columpio gigante. Llegamos hasta Os Valos, a 387 metros sobre el nivel del mar, donde volvemos a subir a la población de A Masmurria a 615 Mts de altitud, en el kilómetro ocho de nuestra etapa. Por fin nos bajamos del columpio y llaneamos un par de kilómetros más hasta O Rosario, sin apenas hablarnos, pasando por las aldeas de A Brea y Avenostre, para descender de nuevo hasta Palas de Rei, rumbo a nuestro ansiado desayuno, a los 12 Km de nuestra jornada.
Con el estómago vacío, con apenas una pequeña manzana que nos dio la buena señora del albergue de Ventas, y que comimos a medias, sentí por primera vez un poco de tristeza, esa famosa morriña que se respira en tantos rincones del paisaje gallego y en los espíritus que lo pueblan. Por primera vez me dieron ganas de estar en mi casita confortablemente y no por ahí tirado como un vagabundo. Pero en cuanto desayunamos se me pasó. Nos paramos en un gran restaurante en medio de una pequeña pradera sembrada de elegantes caballos de competición –según rezaba en los letreros de los camiones aparcados-, arropados con sus lindas mantitas para protegerlos del rocío de la madrugada.
El restaurante es un espléndido lugar que forma parte del recinto del Complejo La Cabaña, uno de los mejores albergues de la población; enorme, moderno y perfectamente acondicionado para el descanso y disfrute no sólo del peregrino, sino del turista más exigente. Se ubica a la entrada de la ciudad, a la derecha de la carretera, justo enfrente de un campo de fútbol, cuyo césped ya hubieran querido para sí los caballos, y hasta los propios peregrinos, una magnífica alfombra donde dejar sus energías en algo más entretenido que andar. Allí sellamos hoy por primera vez nuestra credencial y este diario, como queda constancia en una fotografía de Romerillo en el interior.
En la televisión del comedor pudimos percatarnos de las incidencias que estaba sufriendo el Papa Benedicto XVI en su visita a España. Auténticas manifestaciones de ira contra el prelado, que no acabo de comprender qué sentido puedan tener. El daño que hará el hombre donde vaya. Si acaso, al margen de cuestiones espirituales, como mínimo, dará beneficios por todos los sitios que pase. Pero en fin hay gente para todo, qué le vamos a hacer; la sempiterna y surrealista lucha de diestras y siniestras.
Al terminar el desayuno retomamos la marcha y a los pocos metros, aún fríos y sin ritmo ni lucha, nos dejamos adelantar por el primer peregrino en lo que llevamos desde nuestro inicio en Ponferrada. Aún perplejos, como ante el personaje más glamuroso de la farándula, lo paramos y le pedimos se deje tomar una foto para el recuerdo junto a nosotros. El joven, cuando le confesamos el motivo de la parada le hizo gracia y nos quiso tranquilizar, argumentando que se trataba de un triatleta que andaba en horas de entrenamiento por allí. Así nos consolamos a medias, sabiendo que se trataba de un verdadero marchador de competición, que, por cierto, venía armado con un par de bastones de carbono y una indumentaria ceñida y aerodinámica a lo Karl Lewis. Al menos caímos ante un gran rival.
Sin embargo esto nos hizo reflexionar sobre el asunto de la Velocidad, una de las más temibles trampas del Camino. Aquella historia nos sirvió para relajarnos y nos liberó de la tensión de tener que apretar cada vez que nos topábamos con alguien, para mantener el mito de los inigualables senderistas cordobeses, llegando a la conclusión, como dice la vieja canción mexicana, de que: -“No hay que llegar primero, sino hay que saber llegar”.
Pasamos por las céntricas calles de Palas de Rei, haciéndonos fotos ante una fuente jacobea, delante de la Casa del Consello y de una escultura de dos peregrinos bailando, de J. Novo. Una magnífica ciudad con todo lo que se le puede pedir a esta: su ayuntamiento, su escaso tráfico y hasta su fuente en honor al apóstol Santiago, como corresponde a uno de los pasos emblemáticos del Camino. A la salida de la bonita ciudad cambiamos de ritmo y emprendemos una desenfrenada marcha, pues debió empezar a hacerle efecto la pastillita que Romerillo se tomó desayunando, así es que se acabaron los dolores y la tranquilidad.
Saliendo de Palas de Rei iniciamos una especie de ruta rompepiernas, como si cabalgáramos montados en una gigantesca montaña rusa natural, cuyas cimas y valles los poblaban pequeñas aldeas distantes un kilómetro entre sí:
Subimos por un túnel arbolado hacia Carballal, con una iglesia al lado del cementerio. Descendemos luego a San Xulián do Caminho. Subimos ahora hasta Pontecampaña, por un bosque de retorcidos árboles y bajamos por fin a Casanova, con varios albergues, hasta alcanzar por el asfalto el límite de la provincia de Lugo con el de La Coruña, en el lugar de O Coto, a diez kilómetros ya de Palas de Rei. Pero ni foto ni nada; correr y correr.
Un apacible rebaño de vacas marrón clarito nos contemplan echadas, disimulando sus risas, mientras pasamos a su lado, persiguiéndonos el uno al otro, como en una inútil carrera de cine cómico. Lo que no pueden saber ellas es que Romerillo lleva ya un pulpo pegado entre ceja y ceja, que no se le despegará hasta llegar a Melide. El truhán robaperas nos acompaña, surtiéndonos del frugal alimento cuando se pone a tiro.
Romerillo, resucitado, al salir de la montaña rusa, vuelve a tomar la Harley de montaña con el pulpo en el punto de mira, sin desviarse ni un milímetro de su ruta a pesar de los baches. Y yo, por detrás, cada vez más lejos, incapaz de seguirle la rueda.
Pasamos en la moto por Leboreiro, dejando atrás varios hórreos, donde almacenan el grano los lugareños para que no se humedezca. Encontramos también una iglesia románica, con un enorme “cabazo” a sus puertas, una especie de cesto de palos monumental sobre una base de piedra para depositar el maíz.
Dejamos atrás Río Seco como por una aldea africana del París Dakar, y la tortuosa zona industrial del Parque Empresarial, pero llegando a Furelos nos encontramos con unas amigas cordobesas y se acaban las prisas. Lástima que ellas salieran desde Palas de Rei y no tuvieran su destino en nuestro ansiado Melide, sino en Arzúa, con lo cual se perderían nuestra exhibición de pesca submarina y el ansiado banquete.
Tras unos minutos conversando las abandonamos al pasar el precioso puente del río Furelos, que nos da entrada a la población con el mismo nombre, antesala de nuestro destino, cruzando al lado de la parroquia de San Xoán, con una bonita capilla y un cruceiro del siglo XIV.
Un kilómetro y medio nos resta para llegar a nuestro destino. Allá al frente se divisan las primeras casas de Melide, así es que empezamos a echar las redes, porque olía ya a pulpo desde allí.
Ya no pesan las piernas y me pego a la rueda de Romerillo para entrar juntos.
Entramos a la gran ciudad de Melide como dos pueblerinos en Nueva York, completamente desubicados. Tratamos de recorrer sus espaciosa calles siguiendo la pista de las flechas amarillas y del intenso olor a cefalópodo.
Por el centro el tráfico de personas y autos es denso. La estela aromática nos conduce finalmente hacia un pequeño tumulto a la puerta de un bar. El humo saliendo por la ventana nos indica que hemos llegado a la meta: es la famosa pulpería Casa Ezequiel. Y ya no queremos seguir más allá.
Hemos marchado durante 27 km y medio, pero aún son las 11,30 de la mañana tan sólo y debemos buscar asilo en el albergue municipal, que es de los más concurridos y no podemos distraernos, antes de que empiece a llenarse.
A las 11 y 37 minutos estábamos colocando nuestra mochila a la cola de una fila de catorce que estaban ya esperando a la puerta del albergue, que no abriría hasta la una. Así que, después de felicitarnos mutuamente por la consecución del objetivo diario, dimos un pequeño paseo de reconocimiento de los alrededores y, mientras Romerillo dejaba a don Alonso las relaciones públicas, yo me acomodé en el muro que rodeaba el albergue para echarme un ratito al sol y aprovechar el tiempo para contarles esta bonita 5ª jornada de nuestro Camino de Santiago.


¡Buen camino!

Continuará

Siguiente jornada; etapa nº 6: MELIDE-ARZÚA-ARCA DO PINO (36 Km)
Documentos adjuntos a esta publicación
Entrando en el túnel del bosqueCaballos en el complejo de la Cabaña en Palas de ReiSellando la credencial en La Cabaña de Palas de ReiPasando por el ayuntamiento de Palas de Rei a las 8,30 h.Romerillo en la fuente del apóstol en Palas de ReiEl tito ante el monumento de los peregrinos bailando de J. NovoLa presencia inevitable del RobaperasRomerillo ante un hórreo del caminoPasando a una pareja de peregrinos enamoradosRomerillo por el sendero arboladoIglesia de LeboreiroAdelantando bicisEl tito sobre el puente de LeboreiroEl monumental cabazo de LeboreiroRomerillo por el sendero saliendo de LeboreiroRomerillo en el puente de LeboreiroPulpería Casa Ezequiel, nuestro objetivoEl tito a la llegada al albergue municipal de Melide
 
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