Edif Piaf dijo: `Que nadie sepa mi sufrir`.
 

La vida de Edith Piaf

Y sus desgraciados amores

Edith Piaf
Ayer haciendo limpieza en el ordenador he encontrado un escrito que no es mío, al menos que no está escrito por mí. Ha salido del primer disco duro externo que recuerdo tener, uno de esos tan gordo como un libro de Stephen King, donde cabe de todo. Es un fichero de casi veinte páginas que cuenta la vida de Édith Piaf, y está acompañado de un dosier completo de fotografías de la cantante y de otros artistas de la época.
Quiero recordar que todo empezó un día que estuve en el taller mecánico de un buen amigo hace ya mucho tiempo. Cuando llegué a su despacho tenía puesta música. Era música francesa. Una melodía que reconocí enseguida. La canción era «Non, je ne regrette rien», una canción tan vieja como nosotros mismos que me sabía casi entera. Le dije que la conocía, que era Édith Piaf, la cantante de La vie en rose, y que era una de mis canciones favoritas.
—Pero, ¿sabes lo que quiere decir? —me preguntó.
—Pues no. Y no te vayas a creer que no me lo había preguntado. El caso es que lo he buscado alguna vez y se me ha vuelto a olvidar —le respondí.
—Significa «No, no me arrepiento de nada» —me dijo.
Y es que su vida no había sido de color de rosa, precisamente. Y me volvió a preguntar:
—¿Te conoces su historia?
—¡Qué va! No tengo ni idea —volví a responder—. Solo sé que fue una cantante francesa famosa y que cantó con Aznavour y poco más. ¿Qué le pasó? Cuéntamela que no tengo prisa.
Y entonces fue cuando me contó su historia. Y ya nunca volvería a olvidar lo que significaban aquellas palabras.

Lo que yo debí hacer después de escuchar entusiasmado la fascinante narración de mi amigo, debió ser buscar la curiosa vida de la cantante en las diversas biografías de la web y hacer una especie de refrito con la finalidad de documentarme para escribir un relato, y esto es precisamente lo que acabo de encontrar. Así que, siguiendo con mi proverbial lentitud, retomo ahora esa romántica historia para darla a conocer, haciendo la expresa salvedad de que no se ha de atribuir a mí la autoría del asunto. La idea fue de mi amigo o, en todo caso, se debe a las fuentes en las que bebiera él, que por otro lado es una persona muy culta, amante de la música clásica y un entendido de la cultura francesa, debido a que estudió francés —como yo— en el Bachillerato, y lee y viaja con bastante frecuencia. Esta es la historia:

«Édith Piaf es sin duda la cantante más importante que ha tenido Francia en el siglo XX y, tal vez, en toda su historia, en un país con tradición musical que ha tenido cantantes tan importantes como Silvie Vartan, Mireille Mathieu, Françoise Hardy o Dalida. Además fue actriz de teatro y de cine, por lo que podemos decir que fue una de las personalidades artísticas más sobresalientes del país galo: una verdadera diva. Vendió miles de discos de La Vie en Rose, Milord, de La Foulle o de Je ne regrette rien; llenó los teatros y salas de conciertos durante tres décadas y tuvo relaciones amorosas con algunas de las personalidades más importantes de su tiempo, a pesar de ser muy poquita cosa. (Apenas alcanzaba el metro cincuenta con sus enormes tacones de aguja). Pero lo que no sabe la mayoría es que desde su infancia hasta llegar a la cima pasó por innumerables penurias, y se puede decir que padeció una especie de maldición en sus relaciones amorosas.
Édith Piaf había nacido en París de una familia muy humilde. Sus padres fueron dos artistas menores, una cantante callejera alcohólica y un acróbata de circo ambulante. El día de su nacimiento su padre abandonó a su madre para celebrarlo con una gran borrachera, por eso tuvo que irse su madre andando sola hasta el hospital más próximo, dando a luz por el camino antes de llegar, concretamente debajo de una farola del nº 72 de la Rue Belleville, como una vulgar vagabunda, a unos días tan solo de la Navidad de 1915. Édith Giovanna Gassion, que era así como se llamaba en realidad, tuvo una infancia mísera. No fue criada por su propia madre, pues esta nunca tuvo los recursos necesarios para sustentarla, ni la cabeza, por lo que la entregaría a su abuela materna, que tampoco debió ser muy lúcida, pues se dice que a menudo sustituía la leche del biberón por vino, con la intención de depurar su organismo de virus y bacterias, lo que podría explicar en parte sus problemas de crecimiento. Es de suponer que su padre, alcohólico también, se debió enterar del asunto y se llevó a su hijita con él a casa de su propia madre, la abuela paterna de Édith, que regentaba un prostíbulo donde acabaría criándose como la muñequita de todas las prostitutas del lugar. Imagínense la infancia de Édith, sin duda la de una pícara niñita que aprendería rápido, y no precisamente lecciones de urbanidad.
Más tarde en su adolescencia volvería a acompañar a su padre de circo en circo, haciendo números musicales, hasta que se fue a la Gran Guerra. Mientras tanto ella se ganaba la vida por la calle, como su madre, cantando únicamente la patriótica y rebelde Marsellesa, no tanto por animar el espíritu de los parroquianos como por ser la única canción que se supo durante mucho tiempo. Y más tarde, tras finalizar la 1ª Guerra Mundial, volvería con su padre, ampliando el repertorio, cantando por las calles de Pigalle o Montmartre canciones populares con cierto éxito gracias a su talento y a su espléndida voz que exhibía por los animados bulevares y los bulliciosos cafés parisinos.
Édith también fue prematura y desgraciada en su vida sentimental. En 1931 se enamora del chico de los recados y se queda embarazada a la edad de dieciséis años. Su única hija, a la que llamó Marcelle, moriría a los dos años de meningitis, hecho que marcaría toda su vida. Durante seis largos años la joven muchachita se da a la bebida y vive sumida en una oscura depresión, hasta que, un día afortunado, se la encuentra por las aceras Louis Leplée, el dueño del gran cabaret Gerny´s, ubicado en el barrio de los Campos Elíseos, que la contrata para su función nocturna después de una pequeña prueba. El avispado empresario hará de tutor y maestro de ella, enseñándole a actuar, cambiándole el nombre y puliéndola para convertirla en una verdadera estrella del Music Hall, lo que podemos decir consiguió en una sola temporada. La nueva dama de la noche luciría durante poco tiempo, pues su protector, pocos meses después, aparecería muerto en el interior de su club, recayendo en ella las sospechas del asesinato, lo que le supuso el descalabro de su carrera artística.
Édith Piaf (O Môme Piaf, Pequeño Gorrión, como Leplée la llama) vivió años inciertos en el comienzo de su carrera profesional, con pequeños contratos por las provincias y acierto desigual, pero poco a poco acabó triunfando. Pasada la 2ª Gran Guerra se consagraría definitivamente en el mundo de la Chanson, convirtiéndose en la musa de intelectuales y artistas del Existencialismo parisino y en adalid de la cultura europea, gracias principalmente a la gran amistad que le unió a Marlenne Dietrich, con la que no solo interpreta e intercambia canciones, sino con la que mantiene durante mucho tiempo una apasionada relación amorosa, tal vez solo aceptable en aquel París de la posguerra, la ciudad más bohemia y vanguardista de aquella época.
Punto y aparte merece también su amistad con el poeta, dramaturgo y cineasta Jean Cocteau, que le abre las puertas de la escena, lo que le supondrá la admiración y el respeto incondicional del público. A partir de entonces no dejaría de trabajar en continuas giras recorriendo los grandes escenarios de toda Europa y América, triunfando plenamente, destacando su espectacular éxito en 1950 en el Olimpia de París y poco después en el Carnegie Hall de Nueva York.
Édith Piaf, que cantó durante toda su vida, llegó a estar casi treinta años en el candelero y fue una estrella admirada por todo el mundo, lo que le supuso manejar una gran fortuna al cabo del tiempo. Se relacionó con grandes personalidades y ayudó al comienzo de su carrera musical a algunos que llegaron a ser grandes cantantes, como Charles Aznavour, Ives Montand, Gilbert Becaud o Georges Moustaki, aunque es sabido que los manejó a su antojo y los convirtió a menudo en sus sumisos amantes.
Lamentablemente su vida se vio lastrada siempre por el estigma del alcohol, lo que no favoreció su desarrollo como actriz, principalmente porque era incapaz de memorizar los papeles más largos de protagonista, aunque ella era de ese tipo de artistas que llenaba los escenarios con su sola presencia —a pesar de su reducido tamaño— y poseía un don especial para la interpretación que siempre puso en práctica cantando.
Su vida sentimental requeriría una trilogía como mínimo. Después de su desgraciada maternidad y de los numerosos hombres más o menos anónimos que la rodearon siempre, en 1944 descubre al cantante Ives Montand cantando en una sala de París y lo incorpora a su compañía. Junto a él brilló por toda la geografía francesa, formando una pareja inseparable —personal y profesional— durante dos grandes años, hasta que, habiéndose ganado su fama merecidamente junto a ella, su partenaire dio el salto a la gran pantalla, triunfando en numerosas películas y labrándose una brillante carrera como actor, llegando a casarse más tarde —como es sabido— con la famosa actriz Simone Signoret.
A continuación vivió una historia de amor apasionante con un famoso boxeador llamado Marcel Cerdán, Campeón del Mundo de los Pesos Medios, al que conoció en una gira en Nueva York. Los dos explosivos personajes acapararon durante una temporada los medios de comunicación, terminando de forma abrupta su idilio con la desgraciada muerte del púgil argelino, que perdió la vida en 1949 al estrellarse en un avión junto a los restantes pasajeros, quedando ella con una fuerte depresión que la indujo de nuevo a beber de manera compulsiva, hasta el punto de provocarle una grave cirrosis hepática. De esa relación quedaría la bella canción que le dedicó "Hymne à l'amour" y el film "Édith et Marcel", donde se contaba su historia de amor.
En 1951 conoce a Charles Aznavour, al que contrata durante unos meses de secretario, chofer y confidente, y al que explotó al parecer tanto en su faceta laboral como privada. Al menos eso es lo que contó él al cabo de los años. Aunque con el tiempo volvería a unirlos la música en diversas ocasiones, Édith Piaf se separó del joven Aznavour —no sin antes impulsarlo al estrellato— para vivir una intensa pero breve relación con el ciclista Louis Gerardin, de la que han dejado constancia las cincuenta y dos apasionadas cartas de la cantante recientemente subastadas en Christie´s. En una de las últimas la cantante se despide serenamente del deportista, para casarse a las pocas semanas con Jacques Pills, otro conocido personaje de la farándula, con el débil fundamento —según escribe— de ser «un hombre tierno, amable y atento». Y es que, como decía su propia secretaria, Édith no necesitaba gran cosa para enamorarse.
Por aquellos días, con tanto ajetreo, se vio agravada su enfermedad, lo que le provocó tremendos dolores que solo podían ser paliados mediante la administración de morfina y otros opiáceos a los que pronto se volvería adicta, debiendo seguir un agresivo programa de desintoxicación que no debió favorecer en absoluto a su matrimonio con Jacques. Su amor terminaría a los cuatro años de casados y de mala manera, a la vista de las duras palabras que empleó para definirlo: «En lo que a mí respecta, el amor significa lucha, grandes mentiras y un par de bofetadas en la cara».
En 1958 conoce a Georges Moustaki, un joven cantautor griego, diecinueve años más joven, y vive con él otro idilio amoroso, encumbrándolo a la fama como letrista al hacer famosa una de sus más populares y bellas canciones (Milord), que él escribió para ella. Pero lamentablemente ese mismo año sufrirían juntos un accidente automovilístico que dejaría prostrada a la desgraciada dama y agravada su ya precaria salud.
Por fin en 1961, a la edad de cuarenta y seis años, tras ser presentados por su secretario, conoce al que habría de ser el hombre de su vida —según sus propias declaraciones—. Se trata de un joven peluquero de veintiséis años llamado Theophanis Lamboukas, otro jovencito de origen griego, un Adonis que también trataba de hacer sus pinitos en el mundo de la canción y del cinematógrafo, y con el que no hacía precisamente una bonita pareja. Pero ella se encapricha de él y se enamora perdidamente. La gente pronto dijo que al joven Theo, veinte años más joven que ella, alto, guapo y con talento, no le debió costar mucho conquistarla, pues cuando la conoció, aunque era aún una estrella querida por toda Francia, se trataba de una mujer ya avejentada por los dolores y en el ocaso de su carrera. De él, por su parte, nunca se pudo decir que no la tratara con admiración, respeto y cariño, declarando en numerosas entrevistas estar sinceramente enamorado de ella. Algunos dirán: «¡Claro, qué iba a decir!»
Édith Piaf y Theo Sarapo (apelativo puesto por ella que significa «amor mío» en griego), se casaron a los pocos meses de conocerse, pero desde el principio sería una unión que no sería vista con buenos ojos. Theo fue tildado de oportunista, cuando no acusado expresamente de haberse casado por interés. Sin embargo a ellos siempre se les veía juntos y felices, paseando por los parques, visitando museos o cantando a dúo las eternas canciones de su repertorio, que él se sabía de memoria. Ella le daría pronto la popularidad y hasta el apellido por el que sería recordado, y él todo su cariño y dedicación, lo que debía satisfacerla con creces, tan solo bastaba mirarla, tan pequeñita y risueña, cogida de su mano en todo momento, como si se tratara de su pobre hijita enferma, feliz de su compañía y obediente (lo contrario de lo que ella confesó ser toda su vida).
Su historia de amor pareció terminar demasiado pronto el día 10 de octubre de 1963, a los dos años de su matrimonio, cuando ella fallece en un pueblecito de los alrededores de Cannes, en la Costa Azul francesa, consumida por sus graves dolencias que le provocarían un cáncer de hígado. Su muerte supuso una gran conmoción en toda Francia. El pueblo francés sintió que con ella moría una romántica época. Y el mismo Jean Cocteau, prostrado en un hospital, al enterarse al día siguiente (pues la noticia se mantuvo oculta un día entero), tras manifestar su pesar en algunas palabras memorables, falleció a las dos horas de saberlo.
Naturalmente pronto el joven viudo acapararía toda la atención de los medios al ser el gran beneficiario de su herencia, siendo la diana perfecta de las críticas de la gran mayoría de los franceses, quienes clamaban a voz en grito la injusticia de que el joven peluquero no solo hubiese llegado a ser un cantante popular, sino que se hubiera hecho rico en el poco tiempo que estuvo dedicado a la gran dama francesa. Todos: revistas, periódicos, televisiones y la radiodifusión mundial, se hicieron eco de la noticia y negaron la legitimidad de una fortuna que sin duda habría heredado Theo Sarapo de manera demasiado fácil, con escaso o nulo merecimiento. Hasta tal punto llegaron las críticas que se le hizo el vacío en el mundillo cultural francés, negándole no solo las actuaciones que tenía programadas junto a su esposa, sino dejándolo de contratar cuando pasó el tiempo, viéndose definitivamente frustrada su carrera artística desde ese preciso momento.
Con el tiempo se dejó de hablar del asunto, pero a los siete años del luctuoso suceso, se dio la noticia de la muerte de Theo Sarapo, producida en accidente automovilístico. Por las pruebas que se encontraron, sin ninguna duda, fue provocado voluntariamente para quitarse la vida, pues el vehículo se halló en el fondo de un precipicio sin ninguna huella de frenada en la carretera y con una breve nota en el cajón de su mesita de noche que decía: «Pour toi Édith, mon amour» (Para ti Édith, mi amor).
Después, tras sencillas averiguaciones, se hicieron públicas las verdaderas circunstancias que rodearon la herencia de su esposa y que seguramente desembocaron en aquel día fatídico. Al parecer Édith Piaf llevó siempre un tren de vida a la altura de su fama y de su valía, aunque llegado el momento de su más crítica salud dejó de actuar casi por completo, lo que redujo sus ingresos de manera radical, quedando solo con los derechos de autor de sus canciones, que, aunque generosos, no daban como para pagar la nómina de sus empleados y sufragar su licenciosa vida y la de todos los gastos que acarreaba su larga enfermedad. Por lo tanto, dado que ella no había sido nunca una mujer ahorradora en los momentos álgidos, lo que heredó Theo Sarapo fue una gran ruina económica, una completa ruina a la que no quiso renunciar para que no se desvelara su verdadera situación familiar, ni siquiera para defender su propia reputación personal.
Theo Sarapo, como buen esposo, ciudadano respetable y heredero legítimo, dedicó el resto de sus días a pagar una por una todas las deudas de su querida esposa, hasta limpiar completamente su nombre. Al parecer estuvo pagando sus facturas pendientes durante los largos siete años que le sobrevivió, hasta que terminó de realizar el último pago, sin que nunca se llegara a saber nada del asunto, al menos públicamente. Y cuando lo hubo conseguido, agotado, y sin otro objetivo en la vida digno de consideración: se quitó la vida.
Actualmente los restos de ambos están enterrados en una tumba del cementerio de Pierre Lachaise en París, junto a los de sus padres y a los de su hija Marcelle. Y su sepulcro es de los más visitados, aunque no serán muchos los visitantes que conozcan la desgraciada historia de amor de Theo Sarapo, ni siquiera la azarosa vida plagada de excesos de ella, que a pesar de todo —como decía su canción— moriría sin arrepentirse de nada.

JJGC
31-x-2020
Documentos adjuntos a esta publicación
La diva Edith Piaf, en sus años más gloriososEdith Piaf, joven y alegreCon el actor francés Ives MontandBailando con AznavourCon el joven cantautor griego Georges MoustakiCon Charles Aznavour y Eddie ConstantineCon Jacques Pills, su primer maridoCon Marlenne Dietrich, su amigaEdith Piaf y Marlenne Dietrich, algo más que amigasCon Jean CocteauCantando juntos Edith y Theo SarapoDe la mano por el parque con su perrito Con Theo en el cocheCon Theo en albornozEn un columpio como dos niños felicesLe bel indifferent, obra teatral de Cocteau para Edith Piaf
 
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