El tito en el albergue de San Nicolás de Flüe de Ponferrada
 

Las últimas incertidumbres

Capítulo 6: Los días previos a Nuestro Camino de Santiago

Romerillo en el albergue de Ponferrada

¡Ayer el doctor P. me dio carta blanca para poder hacer el Camino de Santiago!
Que cuando vuelva trataríamos el problema de la rótula –lo que quiere es operarme-. Me puso la segunda infiltración de mi propio plasma enriquecido con mis plaquetas –tras un centrifugado rapidito en una especie de lavadora de laboratorio- y me dijo que descansara, que tras la última infiltración de ácido hialurónico –la tercera- empezara a andar poco a poco y que si quería coger la bici, que le subiera mucho el sillín para no tener que flexionar tanto la rodilla. Que cuando llegara del Camino trataría de conseguir que pudiera echar a correr también. Yo, la verdad, eso ya lo había dado por perdido, y me resulta muy difícil de creer, dado que mi recaída se debió justo a eso –a mis últimas carreras universitarias- . Pero, de todas maneras, estoy muy contento de cómo van las cosas.
Romerillo comienza mañana también a andar por el campo. Va a ir a Alcolea: 15 km; tres horas. Hemos quedado allí para desayunar. Él pronto estará completamente recuperado, si no hace excesos. Pero a mí me queda poco tiempo y me da la impresión que llegaré al Camino aún con dolores. Aunque esta semana ya puedo subir y bajar escaleras sin pararme en cada escalón.
Habrá sido obra de la Virgen de la Fuensanta, a la que fuimos juntos el mismo sábado después de venir del entrenamiento en el Campus. Es una tradición que he continuado heredada de mis anteriores suegros, que eran muy devotos de este santuario y de esta virgen, a donde viene la familia a echar sus rezos y súplicas cada vez que alguno se compra un vehículo, por ejemplo. Y como Romerillo es de esa rama familiar mantiene la misma creencia y costumbre.

(19 de julio). Varias cosas:
1.- Hemos pasado el fin de semana en Mezquitilla con la familia de Romerillo.
2.- Últimas noticias de nuestros dolores.
El viernes nos fuimos mi mujer, mi hijo y yo al apartamento de la playa de Málaga de mi compañero Romerillo con su familia al completo: todo perfecto.
Buen viaje, precioso apartamento y opípara cena la de esa misma noche. Verán: El sábado madrugamos y nos fuimos los dos a andar por la arena de la playa, llegando más allá de Torre del Mar. Tres horitas tranquilas nada más: ¡fantásticas sensaciones! También hicimos fotos de los paisajes costeros y marinos, para variar. Y charlamos abundantemente.
Entre tantas palabras un punto de discrepancia: “la hora de despertarse y salir a andar en el Camino de Santiago”.
Romerillo prefiere madrugar más y salir a andar a las cinco de la mañana. A mí esta hora me parece una locura. ¿Qué me decís, amigos? Yo creo que salir a las seis de la mañana ya está bien y, excepcionalmente, las etapas más largas, salir a las cinco y media o a las cinco en casos extremos. Esto supondrá que pongamos el despertador a las 4,30 h. o antes. ¡Una pasada, vamos! O lo que es peor: olvidarme de desayunar en el albergue y hacerlo a mitad de camino. Él prefiere no programar desde aquí las horas de salida, dejarlo al posible cambio de planes sobre la marcha; así es que tendremos que ponernos de acuerdo. Aunque os parezca un tema baladí nos llevó casi toda la mañana.
Después de andar nos vamos todos a la playa. El agua está congelada, pero, después de un buen rato, aunque con los miembros entumecidos y ateridos parcialmente, disfrutamos de un largo baño en el mar. Después de la caminata matutina aquello fue muy reconfortante. Romerillo padre e hijo no parecen temerle a la temperatura del agua –como a los madrugones-, igual que mi hijo, que me sorprende de nuevo con su arrojo, adentrándose hasta lo más hondo sin vacilar lo más mínimo. -¿A quién le habrá salido?-
Pasado un rato me subo a ducharme y a preparar un arroz cordobés, al que me ayuda Romerillo con la música, la cervecita y la charla. Echamos un buen rato con las rancias pero infalibles melodías del tito y la buena predisposición del sobrino, al que se le iba acelerando el pulso a medida que llegaba la hora de comer. Salió bastante bueno, aunque esté feo decirlo, dadas las circunstancias –esto es, para jugar fuera de casa-.
Tras dormir la inexorable siesta salimos al vecino pueblo de Frigiliana, precioso lugar que aún no conocía la familia Romero. Estaba aún más hermosa de lo que yo la recordaba, tan cuidada y blanca como otras veces, pero con muchos más detalles que no recordaba que la embellecían aún más. Subimos mil y una escaleras, pues eso sí, persistía en la misma altitud de antaño, desde donde tomamos algunas fotografías a esa hora crepuscular en que todas salen bien, hasta que la súbita aparición del flash nos indica el momento de gozar del paisaje en vivo, cuando el pueblecito se queda iluminado tan sólo con las luces de las farolas. Ese mágico atardecer desde las calles más altas de Frigiliana, desde sus miradores, quedará para el recuerdo. Ya de noche nos hicimos de un par de botellas del típico vino dulce para momentos especiales y nos sentamos en una terraza a cenar, donde comimos con buen apetito, a pesar del atracón de arroz del mediodía, unas ricas tapas de pescado. Y es que no hay como hacer ejercicio para que todo le siente bien al cuerpo.
(13 de agosto;-1 del día D)
“Bueno”, con perdón, excepcionalmente comenzaré con esta vulgar expresión, pues el término tan genérico encaja a la perfección en lo que ahora exponemos, ya que refleja el estado actual de nuestras circunstancias;”buenas”, como consecuencia de otra acepción de “bueno”, la que le da el sentido de “sano” o de “curado”, que es el estado actual de nuestras lesiones, tras un largo y preocupante periodo de rehabilitación. Y es que después de los dos días que andamos por la orilla de la playa en tierras malagueñas, Romerillo volvió a recaer de los dolores de su enyesado miembro, hasta el punto que, ya en nuestra ciudad, tuvo que cesar definitivamente de andar, con apenas tres semanas para el día de nuestra partida oficial. Lo que le hizo comunicarme en un email bastante patético su intención de tirar la toalla, tras haber sido reconocido ya por al menos tres traumatólogos diferentes, y ya sin tiempo casi para recuperarse.
Yo le recomendé encarecidamente –por su madre y por lo que él más quisiera- que se fuese a visitar a un podólogo, ya que no aparecían muestras de lesión en las pruebas radiológicas. Pero él tenía claro que no era un callo lo que le producía su dolencia, a pesar del gran juanete que acompañaba a su punto concreto del dolor. Por lo que se negaba invariablemente a visitar al podólogo.
Mi esposa, mi querida esposa, tuvo la feliz ocurrencia, salvándonos de aquel irresoluble aprieto: lo instó a visitar a una milagrosa fisioterapeuta que la había curado recientemente un tirón muscular en su gemelo, mal cicatrizado, a base de unas duras sesiones de masaje con algunos célebres instrumentos de tortura.
Así es que, dicho y hecho, allá partió Romerillo cabizbajo en busca de la última solución al trauma de su más alejado miembro. Enseguida la joven masajista se dio cuenta del carácter de su mal, descartando que fuera tendinitis ni algún problema óseo, sino más bien una fuerte contractura provocada por distintas pequeñas lesiones acumuladas y cicatrizadas de forma inconveniente.
Por tanto decidió aplicar el mismo trato que al gemelo de mi mujer, semejante a los expeditivos medios de la Santa Inquisición; un tratamiento basado en la aplicación de los recios y expertos nudillos de la chica incrementados por una especie de garfios de hierro –seguramente para que llegadas las más intensas pulsiones no llegaran a deslucir las pequeñas manos de la curandera-: Vamos, lo más parecido al método Stanislavski en fisioterapia.
Romerillo salió de la mazmorra con claro síndrome de Estocolmo, pues a pesar del enorme dolor, solo comparable con su mejora, elogió tanto a la pequeña m bmasajista que daban ganas de lesionarse para ponerse en sus manos. Con lo que tras tres tristes sesiones nuestro querido Lázaro comenzó de nuevo a andar, a falta de probar su capacidad en los diez últimos días antes de la gran cita jacobina.
El resultado fue milagroso, la jovencita había conseguido acertar donde tres experimentados traumatólogos, tres, patinaron uno tras otro. Así es que Romerillo y yo hemos visto de nuevo la luz y el cielo abierto, llegando a devorar este por encima de los veinte kilómetros en varias ocasiones, incluso en días consecutivos, como después ha de ser, sin apenas molestias reseñables. Por ello este jueves pasado nos decidimos a sacar por fin nuestra Credencial para el Camino, que la expiden en La Casa de Galicia, sita en la castiza plaza de San Pedro, y allí apuntamos como fecha de nuestra salida oficial; el día 15 de agosto de 2011, y como punto de partida; Ponferrada.
Yo, por mi parte, he ido incrementando también mi preparación gracias a las benditas vacaciones veraniegas, para terminar esta última semana haciendo más de 20 km el sábado, entre Fuengirola y Mijas, 22 km el lunes ya en Córdoba, 26 km el martes –con multa incluida de 200€ de la benemérita por andar por la autovía- el jueves otros diez y ayer viernes por las inmediaciones de Las Jaras, otros veinte más para concluir.
A raíz del día de la multa me ha aparecido una pequeña molestia en la rodilla sana, la derecha –que ahora mismo, en vísperas de 2.013, me mantiene inmovilizado- en el mismo lugar que me ha dolido tanto la otra. De momento no me molesta apenas, pero me ha recordado que cualquier exceso lo cobran caro mis rodillas y que en el Camino darán la cara con certeza. Esto ya no me parará. Si hace falta marcharé cargado de Trombocid Forte, de Dolotrén, de Voltarem y del milagroso Espidifén, pero a estas alturas, o estoy cojo cuando llegue el día o me tienen que atar para no coger mi Camino. Habrá que ir más despacio para que no se agrave y nos impida terminarlo.
¡Ah! Y para poner la guinda, algo mucho más grave: el jueves me llamó mi mujer de urgencia cuando estaba andando y sólo llevaba cinco kilómetros porque acababan de ingresar a mi hermano Paco en la UCI por un problema muy serio de respiración. Él ya llevaba un tiempo con problemas, pero al parecer sólo su hermano mellizo es quien lo sabía. Así que me di la vuelta y a las doce y media ya estábamos mi tía y yo en el Hospital Reina Sofía, desde las Jaras que nos encontrábamos. El problema que en principio podía parecer poco importante, sí que lo era –y tanto, pobrecito- pues se había complicado con una malformación en el corazón. A mi pobre hermano nos lo encontramos enchufado a una máquina, con un montón de cables y vías pinchadas, hasta en el cuello tenía una, donde le dejaron fija una jeringuilla con conexión directa a la Aorta. Había absorbido a todo el equipo médico de urgencias –contamos hasta diez médicos alrededor de su cama-. ¡Madre mía! Lo que vieron no les había gustado en absoluto y menos en una persona tan joven.
(Continúo escribiendo el 12 y 13 de agosto) Afortunadamente la evolución ha sido buena y se ha recuperado bastante rápido. Ayer ya lo subieron a planta. Así es que sin correr ya tanto peligro la vida de mi hermano no me parece necesario suspender nuestro viaje. Él está tranquilo en la habitación del hospital con muchas visitas y respirando con normalidad. Más contento, si cabe, de ser el centro de atracción, porque Paquito siempre ha sido un tío muy cariñoso y muy sociable. Hoy iré a despedirme de él y a prometerle que cuando termine cada una de las etapas charlaremos un rato por el móvil, contándole cómo me ha ido y preguntándole cómo le va a él –cosa que cumplí a rajatabla-. También tengo que preparar la mochila mañana por la mañana, sacar la lista y organizarlo todo dentro, espero que luego pueda tirar de ella; me temo que va a ser más pesada de la cuenta. También me queda echarle un vistazo a los albergues de Santiago e imprimir las fichas de todas las etapas, creo que llevamos todo bastante bien preparado, con pocas cosas a la aventura, como hubiera querido Romerillo.
El horario de salida para mañana lo ha puesto él, claro; las cuatro de la mañana. Para salir con mi radiante bólido hacia Romero House con destino a Ponferrada, donde nos alojaremos en el gran albergue público de peregrinos de San Nicolás de Flüe.
Esta tarde llega Romerillo de Málaga pero no creo que nos veamos, ya tendremos tiempo de estar juntos; a ver cómo se encuentra de lo suyo. Yo ya estoy muy nervioso. No sé si me falta algo…Tampoco es que me vaya a Australia o al Pekin Express, pero…
No creo que pueda pegar un ojo esta noche.
Continuará

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