Caramelito posando en el altar de la Iglesia de Santa Teresa
 

Caramelito

Crónica del Día del Padre 2015

Caramelito
Hola, soy Caramelito. La mayoría ya me conocéis. Soy un niño con bastantes inquietudes, una persona interesada en saber todo lo que sucede a su alrededor. Y también soy un niño participativo, alegre y amigo de todo el mundo. En realidad soy un niño un poco más inquieto y participativo de lo corriente pero ya habrá tiempo de entrar en detalles. Hasta hace poco sólo me llamaba así mi padre cuando mi madre me vestía y me peinaba para salir a la calle, pero ahora me lo dice también cuando estoy enfadado, para animarme. Así que he decidido usarlo para este relato, aunque a alguno le pueda parecer una ironía y no un nombre cariñoso. Y con esto no pretendo borrar de un plumazo todo lo ocurrido a lo largo del año, porque si no estaría quitando y poniéndome nombres toda la vida y el día del padre próximo me tendría que poner Angelito, Jesusito o algo así. ¡Ni hablar! “El que quiere la col, quiere las hojitas de alrededor”.
  Este año he estado tan metido en las tareas del colegio y en otras cosas importantes como la preparación de la Comunión, el Fútbol, la Natación, el Inglés, la Asociación, las Estampas…, que no me ha dado tiempo a escribir apenas. De todas formas cuando tengo algo que decir lo digo, no soy de los que se callan las cosas. Lo que sí he hecho es leer, he leído bastante, porque me encanta, vamos. Bueno, porque me gusta mucho y porque no me ha quedado más remedio, pues mis padres se empeñan en castigarme sin jugar y sin ver lo mío cuando fallo, que es lo que más me duele, y sólo me dejan comer, dormir y leer. Así que me he pasado estudiando y leyendo casi todo el año. 
   Bueno pues hoy, ahora, de pronto, me han dado ganas de escribir porque tenía algo qué decir, y así os lo digo a muchos de una vez, y lo podéis leer cuándo sea. Serán –espero, pero esto nunca se sabe al principio- sólo unas líneas, para que no se os haga demasiado pesado. Lo dedicaré como la otra vez a todos los padres como el mío, porque comprendo que también son padres especiales, que tienen un mérito por encima de lo normal. Será simplemente una pequeña anécdota que ha ocurrido hoy mismo, y es tan fácil de contar que no tengo que hacer memoria ni nada, sólo escribirlo tal como ha sucedido, es la crónica de mi “Día del Padre 2015”.
  Empiezo:
  Esta mañana tenía el encargo de mamá de entregarle el regalo a mi padre cuando nos levantáramos. Ella se despierta siempre de noche para ir a trabajar y nunca está cuando nos levantamos nosotros, sus hombrecitos. Yo la oí cerrar la puerta e inmediatamente encendí la luz de la mesita de noche. Mi padre se levantó unos minutos después. Serían las siete menos siete minutos aproximadamente. Entonces se dio cuenta de que había luz encendida en mi habitación.
-¡Eh! ¿Qué haces tan temprano despierto? ¡A dormirse otro ratito! –Me dijo sin entrar y sin saber nada de nada. Apagué la luz rápidamente y me acosté de nuevo. Pero al final entró y salí de la cama con su regalo en la mano.
-¿Esto qué es? –me preguntó. 
-¡Felicidades papá! –y le entregué la caja con su regalo.
-Está bien, vámonos ya para abajo. –nos dimos un beso y bajamos las escaleras para desayunar.  
-Te voy calentando la leche –me dijo, dejando el regalo en lo alto de la mesa.
-¿No lo abres papá? –le dije, porque lo había dejado allí como cualquier cosa.
-¡Oh! Es verdad, lo abriré antes que nada.
-¡Toma ya! ¡Qué bonitos! Gracias, precioso –me dijo medio dormido, medio emocionado, porque no sé si era un bostezo o un suspiro lo que resoplaba en mi cuello.
   ¡Se notaba que le había gustado! Se le caía la baba, vamos. Eran unos pantalones negros de senderismo, que buena falta le hacían, porque siempre se pone los mismos. Me dio un beso y un abrazo más fuerte de lo normal, se fue a preparar los desayunos y dejó en la tele puesta la NBA, que es lo suyo, pero que es lo más parecido a lo mío que me podía poner estando castigado como estaba. 
  Desayunamos juntos viendo cómo los Spurs trataban de remontar a los Milwaukee Bucks para meterse en playoffs. (Para los padres no entendidos deciros que hablamos de baloncesto, de la liga de basket de Estados Unidos; mi padre es un fans de San Antonio, el equipo campeón del año pasado y hasta tiene una camiseta de Tim Duncan, aunque lo más seguro es que no le quede ya bien). Bueno pues después de desayunar nos aseamos, nos vestimos y me llevó a casa de la abuela. Por el camino empezó por recordarme que no hacía falta que me dijera nada –lo cual era de agradecer, pues era señal de que confiaba en mí y no iba a tratar de taladrarme el cerebro con ningún tipo de advertencia o amenaza capciosa-. Pero cuando estábamos llegando a nuestro destino debió arrepentirse de pronto y no se pudo contener. ¿Cómo fue? Ah, sí:
-Espero que me regales un buen día del padre en el cole. 
-¿Qué significa eso, papá?
-Ya lo sabes. A portarse bien y a trabajar. Y no te metas en ningún lío ¿de acuerdo?
-Sí papá –me despidió con un beso y me entré para dentro.
  Mi padre se fue a trabajar y mi abuela me llevó al cole como todos los días cuando pasó un rato, no sin antes recordarme que la próxima vez que le digan que no me he portado bien no vuelve a llevarme más al colegio y me tengo que quedar en el Aula Matinal. 
  Después me enteré que mientras yo llegaba al cole mamá le estaba poniendo un mensaje en el móvil a papá felicitándolo y diciéndole que era el papá mejor del mundo, o algo así, y yo creo que esto le caló hondo, ya lo veréis. 
  Al final fue un día difícil.  Salí con la carita triste para que mi padre no se hiciera ilusiones. Por lo menos hoy no le iba a contar otra trola. ¡Si al final se acababa sabiendo todo!
  Cuando me vio mi padre llegar al asiento del patio donde me espera siempre leyendo se le aflojaron las piernas, porque sabe que cuando el asunto ha estado como mínimo regular le planto una sonrisa, por si cuela, pero al verme directamente el jetón se echó a temblar. Le conté fríamente un resumen de lo que había sucedido, sin vaguedades ni excusas de ninguna clase.
-Pero hijo, ¡por Dios! ¿Otra vez? –me decía, y yo no sabía qué cara ponerle, aunque ya estaba acostumbrado a cualquier tipo de reacción por su parte.
-¿Te ha dicho la seño que vaya yo a hablar con ella? –me preguntó mi padre mirando hacia atrás.
-No, no –tranquilo papá- hoy no.
-¿Tranquilo? ¿Cómo voy a estar tranquilo? –entonces me tuve que empezar a defender.
-Pero papá, son los demás niños los que me provocan. Yo no tengo la culpa.
-Siempre dices lo mismo. ¿Y el profesor también te ha provocado? –nos levantamos y nos fuimos arrastrando la mochila y el abrigo sin probar el balón de gomaespuma que pateaban mis compañeros en el patio.
-¡Mírame cuando te hablo! –silencio. 
-¡Deja de mirar el balón! –vuelvo la cara.
-¿Qué me dices del profesor? –a ver, el profe de gimnasia.
-El profesor me obligó a sentarme.
-¿Y eso qué tiene de malo?
-Pues que me estaba agobiando gritándome delante de todos y con su cara muy cerca de la mía. 
-Claro, porque él es la autoridad en la clase.
-¿Qué? ¿Qué es eso? –pregunté haciéndome un poco el tonto.
-La autoridad es como la policía o como tus padres. Es el que manda, vamos.
-¡Ah! El que manda. 
-Sí, él profe es el que manda en la clase, ¿no?
-Pues no –le respondí, tranquilamente a mi padre-. El que manda soy yo.
-¿QUÉÉÉ? ¡EL QUE MANDA ES EL PROFEE! –y salió detrás de mí corriendo para pegarme o agarrarme por la oreja.
-¡No, no! Papá, no, por favor.

  Y así seguimos por el camino: que si los que mandan en clase son los profesores; que si quiero ver quién es el que manda de verdad; que si va a usar el mismo método que uso yo… Cuando se calmó un poquito le dije que si no quería escuchar todas las cosas buenas del día y me dijo que no, que ya lo había estropeado todo. Yo ya sabía que el día lo íbamos a contar como malo, pero por lo menos podía escuchar un poquito lo bueno también, porque parece que no contaba todo el esfuerzo que había estado haciendo el resto del día. 
-Entonces ¿mañana es el día importante, no? –le pregunté más bajito, sacando conclusiones.
-¿Quéé?
-Digo que como van dos días buenos y dos días malos, mañana es el día decisivo.
-¡Que me da igual el resto de la semana! Vamos a ver. Que no me hables de premios ahora, ¿vale?
  Llegué a casa derramando lágrimas de impotencia, porque en el fondo sabía que había metido mucho la pata y ahora no había remedio. De nuevo volvía a descontrolarme. Había perdido no sólo los juegos y la tele de hoy sino seguramente los de toda la semana: el cine del sábado, que ponían una película nueva de dibujos animados, los futbolines con papá, los cuatro juegos con la videoconsola, los sobres de fútbol… ¡Madre mía! Era insoportable sólo pensarlo. Y todavía me quedaba aguantar los últimos arrebatos de mi padre para demostrarme que yo no soy el que manda y a la fiera de mi madre.
  Sin hablar cada uno se puso a sus cosas dentro. Mientras mi padre se iba a calentar el cocido yo me puse con “el orden” por mi cuenta, lo más rápido y mejor que sabía. Dejé la mochila y el abrigo en su sitio, entré un momento al cuarto de baño sin cantar siquiera, entré al salón, subí las persianas y abrí las cortinas de las cuatro ventanas, subí a cambiarme de ropa y desde abajo llamé a mi madre por teléfono:
-¡Mamá! 
-Dime –dijo mi madre, con el altavoz puesto para que se enterara mi padre de todo. 
-Que hoy me he portado mal en el recreo y en clase y no he terminado todas las actividades –dije todo seguido, sin respirar.
-Otra vez. ¿Y eso?
-Pues que he estado nervioso hoy todo el día y he tenido problemas con algunos niños y con la seño de Reli. y con la seño Mª V. y con el profe de gimnasia.
-¿En Educación Física también, hijo? ¡Es lo que faltaba! Cuando termines de comer te subes arriba a estudiar Cono inmediatamente, ¿estamos? Ahora voy yo para allá.
-Sí, mamá. Adiós.    
  Cuando colgué el teléfono me llamó mi padre y me dijo que me sentara con él en las escaleras. Me esperaba de nuevo un ataque reforzando las palabras de mi madre. Pero estaba equivocado. Debió darse cuenta de que lo estaba pasando bastante mal y cambió de táctica completamente.
  Empezó diciéndome que no me preocupara, que él confiaba en mí. Me dijo que él sabía que yo ya estaba arrepentido de lo que había hecho, pero que muy pronto iba a saber controlarme en esas situaciones. Que estábamos trabajando para conseguirlo y que no volvería a pasar nada de eso más veces. Me dio un fuerte beso y un gran abrazo y me dijo que me quería mucho. Y yo di, después de unos largos minutos de tensión, un profundísimo suspiro de alivio.
   Me puso el plato de garbanzos en la mesa y se fue de nuevo a la cocina. Mi padre se ha vuelto loco –pensé-. Después de lo mal que me he portado me salta con estas. Tengo un padre que no me lo merezco –pensé inmediatamente después-. Esto no se puede quedar así. Tengo que hacer algo ahora mismo.
  Se me ocurrió prepararle un regalo en la misma caja que había servido para el que le habíamos comprado. Lo busqué y lo encontré. Después le escribí una nota. ¡A ver quién quería más a quién! Y fui a llevárselo a la cocina.
-Toma, papá.
-¿Otra vez? –me preguntó al ver de nuevo la misma caja de antes.
-Es otro regalo que te hago yo ahora –le dije- con esta nota que te he escrito.
  Primero abrió la caja y encontró dos libros: “Teseo y el Minotauro” y “Los Doce Trabajos de Hércules”. Eran los dos libros que me compró en la tienda de las Ruinas de Bolonia, en Cádiz. Dos libros que él quería para él y que al final nos llevamos con la excusa de que eran un regalo para mí. Pero en realidad a él le gustaban más que a mí mismo.
Le dije:
-Si quieres los podemos compartir.
-Gracias, hijo. Claro que sí. –Y se puso a leer mi nota.
  La nota la ha fotografiado mi madre y después la ha escaneado mi padre en el trabajo. Como si fuera el mapa de un tesoro. Tampoco es para tanto. Y decía exactamente así:
  “Papa, perdon por lo que he hecho en mi vida. Siempre me ayudas y yo no te ofrezco nada. Aquí tienes mi muestra de agradecimiento”.
  A mi padre le encantó el detalle por lo visto, pues me pegó otro abrazo tremendo, de estos que hasta duelen pero te aguantas. Luego siguió con lo suyo. Cuando llegó a la mesa con su plato de cocido se sorprendió  de ver que yo ya había terminado –sin una amenaza siquiera-, algo de lo más insólito. Así que le dije que me subía a mi cuarto a estudiar Cono. 
-Un momento –me dijo.
Y de nuevo me llevó a sentarme a la escalera, que es nuestro sitio de parlamentar. ¿Qué querría ahora? Supongo que para darme las gracias, si no ¿qué? Ya sentados el uno al lado del otro y con el brazo sobre mi hombro me dijo:
-¿Has visto lo que ha sucedido? ¿Piénsalo, hijo?
-¿Qué, papá? 
-Pues lo que ha pasado –me dijo- es que a pesar de tu mal comportamiento yo te he respondido de una forma cariñosa y amable y a ti te ha gustado tanto que me has hecho un regalo y todo. ¿Qué te parece?
-Es verdad –confirmé- y me he comido el cocido en cinco minutos.
-Exacto, hasta eso lo has conseguido –me dijo, y siguió, aprovechando la situación.
-Si fuéramos capaces siempre de hacer eso tendríamos menos problemas. ¿Por qué no intentas hacer eso en el cole con tus amigos y con tus profes, Caramelito?
-Cuando te den ganas de enfadarte con alguien, piensa en esto que nos ha pasado ahora y le dices o le haces algo bueno a la persona que sea. ¿Serás capaz?
-Síí, papá.
  Cuando llegó mi madre de trabajar pude sentir desde arriba los cascos de su caballo al atarlo a la reja de la ventana, el ruido metálico de su armadura al entrar y el filo de su afilado sable saliendo de su funda, dispuesta para la batalla. Afortunadamente yo no estaba abajo para recibirla y se metió primero en el salón con mi padre, que la estaba esperando en son de paz.  Supongo que mi padre le contó la anécdota del regalito y que después de comérmelo todo me había encerrado en mi cuarto a estudiar como ella me había dicho por teléfono. 
  Como tardaba en subir salí de mi cuarto y me asomé a ver si oía algo abajo sin que se dieran cuenta. Mamá salía llorando con la nota que le acababa de escribir a papá en la mano. Se debía haber quitado el uniforme de guerra porque estaba vestida de madre. Antes de esconderme para que no me viera al subir, le oí decirle a mi padre con la nota en una mano y un pañuelo de papel en la otra:
-Tan mal no lo estaremos haciendo.     
 

Fin



Córdoba a veintitrés de marzo de 2.015
Juan José Gañán (Juanjo)

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