Capítulo 15 En Santiago de Compostela
Al final del Camino
¿Cómo describir aquellos momentos finales de nuestro Camino? ¿Cómo narrar el extraño día que pasamos en Santiago?
Lo mejor será ceñirme lo más honestamente posible al cuaderno de viaje que tengo en mis manos, y empezar por escribir a partir de donde pone «En Santiago de Compostela».
«Mi sobrino no paró de llorar hasta pasado un buen rato sin poderlo evitar. Yo, más tranquilo, dejé que se fuera desahogando poco a poco, aunque el llanto le duró más de lo que nunca hubiese creído.»
Me preguntaba cuál sería el origen de aquellas lágrimas. Nadie pensaría que mi buen Romerillo fuese un ser desgraciado. ¿O lo era? ¿O lo fue alguna vez? Mi sobrino era un ser misterioso, mucho más complejo que su tío. Yo sabía que a él nadie le regaló nunca nada, como algunos se imaginan. Y a nadie le alivian las comparaciones, pues cada cual sufre lo suyo. Muchas veces nos burlábamos de él porque era muy dado a imponerse severas penitencias, a semejanza de los ermitaños de nuestra sierra, que se hicieron célebres por sus golpes de pecho y por fustigarse con dureza para alcanzar la indulgencia divina. Y en aquel momento fue eso lo que me imaginé que corría por su cabeza; que, tras los malos ratos de los dolores sufridos en las últimas etapas, de un año entero plagado de calvarios físicos, desvelos laborales y los propios de la vida familiar, por fin llegaba el momento de su liberación ante aquel santo lugar, pues albergaba el íntimo deseo de obtener la expiación de sus secretas culpas; su recompensa espiritual.