La verdad sobre el ascenso del Córdoba a Primera

El extraño caso de Ulises "Uli" Tardáguila

La verdad sobre el ascenso
Hasta el día del Sporting, Ulises, nuestro pequeño héroe mejicano, le estuvo rezando a su Virgen de Guadalupe para que el equipo se metiera en los playoffs, pero algo estaba fallando. En el partido anterior contra el Murcia la Lupita se hizo descaradamente la remolona y volaron dos puntos, con un inmerecido empate. La virgencita últimamente se estaba columpiando. Ya sé que el gran milagro fue saltar a sus veinte abriles de los llanos de su Guadalajara natal al continente europeo, con el fichaje de relumbrón por el gran Chelsy londinense, pero desde entonces la Santísima dejó de asistirlo. Emigrado su hijito allende los mares se podría decir que perdió su jurisprudencia, como si sus competencias se limitaran estrictamente al estado de Jalisco. Han pasado ya tres largos años desde que Ulises abandonara la patria de Villa y de Zapata, emulando al mítico héroe clásico, y, como éste, el chamaquito había recalado ya en numerosos puertos, elaborando su particular Odisea.
- Echa un poquito, compadre.
Durante todo ese tiempo el chiquito futbolista siguió confiando en su virgencita, agradecido por los favores pasados más que por los recientes, dejando en manos de esta las cuestiones más impropias y descabelladas –le pedía, por ejemplo, desarrollar su estancada habilidad con la pierna derecha, crecer unos centímetros para mejorar su juego de cabeza y otras cuestiones tan peregrinas como estas o más, que si se cumplieran competirían con el milagro de la resurrección de Lázaro o con el de la multiplicación de los panes y los peces.
Llegado a comienzos de esta temporada a la ciudad de las tres culturas retomó Ulises la costumbre de rezar a su Virgen milagrosa y a rogarle que le reorientara su carrera deportiva, pues difícilmente podría triunfar sin ayuda en nuestra capital –enterrados hace tanto los gloriosos tiempos del Califato-. Durante la primera vuelta de la competición liguera Ulises, después de su deslucido periplo arlequinado, descreyó sacrílega pero justificadamente de su religión, al acercarnos peligrosamente a los puestos de descenso y a punto estuvo de tirar la toalla, pero al final, cada domingo, en la caseta, al vestirse de corto o en el mismísimo excusado del vestuario, el miedo escénico le hacía acordarse de la imagen de su devoción y fervorosamente continuaba implorando sus favores, no fuera a ser fulminado con la indiferencia divina.
La cosa fue de pura chamba –como decía Gerardo, el amigo mejicano de Ulises-, si es que todo esto tiene algo que ver con el azar -aclaró Miguel, con su habitual verborrea y retranca-. Nuestro joven Odiseo, el martes antes del viaje a Asturias, llegó pronto al entreno y, como le dolía la cabeza, decidió invertir aquel tiempo extra esa fresca mañana en dar un paseo por los alrededores del estadio, a ver si se le pasaba un poquito, caminando tranquilamente por el barrio.
Aclararemos que Miguel, nuestro narrador, sabía todo esto porque se lo contó su amigo Velasco, el periodista, vecino del compatriota de Uli -el gordo Gerardo-, que se lo estuvo contando el lunes después del último partido de la temporada con todo detalle en su casa, y como el jefe de la editorial no había consentido publicar la crónica después de haberse pegado el trabajo de redactarla, decidió contarla por el conducto que más asegurara su difusión: la transmisión oral a través de su amigo Miguel, nuestro antiguo jugador de Tercera. A mí me lo contó todo Rafael, el camarero del Club 3000, que había jugado conmigo en un par de equipos, al que Miguel le estaba contando la historia por segunda o por tercera vez, y cuando la oí me pareció, aunque descabellada, bastante simpática, por eso la escribo ahora lo mejor que puedo, porque al fin y al cabo se trata de un momento crucial en la vida de la ciudad y lo que menos me importa a estas alturas es que sea mentira o verdad y lo que piense la gente. Yo, como todos los cordobeses, vi aquel partido final en directo y después lo he visto unas cuantas veces porque lo tengo grabado, y cualquiera que lo viera tendría al menos unas dudas razonables sobre la verdadera naturaleza de los hechos. Pero sigamos escuchando el relato en boca de Miguel desde el principio, que es quien lo contó con más detalle y más gracia.
Ulises pasó buscando una farmacia por las puertas cerradas del gran centro comercial, donde le dijeron que estuvo el antiguo estadio del Arcángel, cuando el Córdoba jugaba en Primera, cuarenta y dos años atrás; pasó meditabundo y cabizbajo añorando su familia, sus amigos y su patria charra. Sólo su Virgen Morenita podía saber cuánto tardaría en regresar a su Jalisco querido. Entonces pensó que tal vez no estuviera tan lejos ese momento si continuaba la mala racha, pero más que alegrarse, se entristeció. Se daba cuenta que eso sería volver con el rabo entre las piernas, y eso no podía ser. ¡Había que hacer algo!
- Ya, ya. ¡Rezar! Ja, ja, ja –rió el camarero. Y siguió nuestro viejo jugador de Tercera.
Entonces, compungido, se volvió a acordar de su virgencita que tanto le ayudó en el pasado y le fue rezando la más tierna y fervorosa oración, prometiéndole que pondría los cinco sentidos y todo su esfuerzo para ganar los partidos, y que si le ayudaba a subir este año a Primera le estaría eternamente agradecido y podría pedirle cualquier cosa que la cumpliría. Así fue como saliendo de la Avenida del Arcángel a la derecha, cruzó la Cuesta de la Pólvora y atravesó toda la calle del Conquistador Ordoño Álvarez, para plantarse sin saberlo en el mismísimo Santuario de Nuestra Señora de la Fuensanta, la más célebre de las advocaciones marianas cordobesas.
- ¡Ave María Purísima! –Apostilló el guasón camarero.
- ¡Sin pecado concebida! –Le contestó Miguel. Y siguió con la historia del pequeño futbolista mejicano.
Se fue acercando al emblemático edificio mudéjar, contemplando desde lejos su esbelta fachada, coronada por un bonito campanario que apunta a los cielos, rodeado de un amplio recinto flanqueado por altos eucaliptos y palmeras. Al llegar a la altura de un pequeño templete gótico que sirve de humilladero a la entrada, miró el reloj y se dio cuenta que aún disponía de media horita por lo menos, por lo que decidió penetrar en el templo para ojear su interior y, si se encontraba con ánimo, reflexionar y dedicar alguna oración a la Virgen del lugar. Total, no había mucho que perder, a lo mejor resultaba que era realmente una cuestión de competencias, y empezaban a ser atendidas sus súplicas. La hermosa puerta principal estaba sellada por una reja de forja a aquellas horas vespertinas, pero vio entrar a una viejecita vestida de oscuro por una puerta lateral y se coló detrás de ella en el recinto. Dentro había una especie de huerto o jardincito plagado de macetas de flores de vivos colores, con un pozo rematado por un precioso brocal que sirve ahora para extraer las aguas de una antigua fuente milagrosa. Cuenta la leyenda que debajo de una higuera próxima al pozo, se le apareció por primera vez la Virgen a un pobre artesano que tenía a su mujer y a su hija enfermas, sirviendo aquella agua santa para sanarlas, como, según parece, ocurriera en otras ocasiones después con otros enfermos. Aunque de esto se enteraría Uli un poco más tarde.
Observó el perplejo Ulises al adentrarse en el recinto un cocodrilo –el famoso caimán- disecado y colgado de las paredes del edificio unos metros antes de dar con la pequeña puerta lateral de la iglesia, que también encontró cerrada. Entonces decidió pararse a ver aquel bonito jardín, observando más detenidamente al curioso reptil, que según rezaba allí en una leyenda escrita sobre el muro, fue capturado en una de las numerosas crecidas del río Guadalquivir, tan cercano a aquel Santuario, y que había sembrado el pánico en los alrededores y se había atrevido a arrancarle una pierna al hombre que se le apareció después la Virgen de la Fuensanta. Se acercó luego al pozo para admirar su precioso brocal de mármol blanco, y no se le ocurrió otra cosa que sumergir el cubo con la cuerda de la polea para servirse con él un poco de su fresca agua. No tuvo que echarlo muy hondo, pronto dio con la superficie líquida y extrajo media cubeta llena; la dejó sobre el borde y con las manos juntas bebió de sus frías y limpias aguas.
En ese mismo momento Ulises vio a la anciana señora penetrar en la iglesia por donde hacía sólo un momento estaba cerrado, así que salió tras ella para intentar entrar antes de que cerrase la puerta a su paso. Franqueó sin problemas la entrada, con algún quejido de la vieja puerta de madera, y se encontró casi a oscuras en su interior, debido al contraste que se producía con el soleado día del abril cordobés. Aunque entró sólo unos segundos después de la mujer no halló ni rastro de ella cuando estuvo en su interior. Poco a poco se le fue haciendo la vista a la poca claridad que permitían las ventanitas de las naves laterales de la iglesia. Con la tenue luz del interior pudo darse cuenta que en la primera fila de asientos aparecía una sombra que se fue convirtiendo en lo que debía ser la señora de las puertas, con su ropa oscura y un velo negro cubriéndole la cara, postrada de rodillas frente a la imagen del Altísimo y a la de su Santa Madre, que lucía sus mejores prendas sobre el fondo azul del cielo estrellado en la parte superior del altar.
Miguel se bajó con apuros del alto taburete desde donde le contaba el relato al camarero detrás de la barra, se puso de pie y se le acercó para contarle aquella parte en voz baja, para que los demás parroquianos no se enteraran, no se fueran a reír de él o lo tacharan de loco. Respiró, le pegó un chupito al cubata y siguió así:
Ulises se sentó unos pocos banquillos más atrás y se puso a rezar mirando a la pequeña pero hermosa imagen de la Virgen, que destacaba bien iluminada en la penumbra del recinto. El futbolista inició su consabida retahíla de peticiones soltándolas en el orden habitual: rogó a la Virgen mejorar su salud que le había impedido estar en plena forma desde hacía tiempo; le pidió ser más rápido y más resistente, y le pidió sobre todo –aunque él lo dijo con más palabras; ¡pásmense!- mejorar su olfato goleador, para terminar la temporada con un buen saco de goles y que así se fijaran en él los mejores equipos del mundo. La segunda parte de su tanda de plegarias prescindía de generalidades y pasaba directamente a exponer su lista de objetivos específicos: jugar todos los partidos de titular, marcar el gol de la victoria el domingo…
De pronto se oyó el sonido inconfundible de un móvil al que le había entrado un mensaje del wasap:

- Beep-beep, beep-beep.
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