Astérix, el guía hispano, con Panorámix en la cima de Los Riscos  Ruta de Los RiscosCOPYRIGHT ASTERIX
 

Sendérix en Los Riscos

Ruta circular al cerro de Los Riscos (23 Km)

Los Riscos

En la cima: la batalla de Los Riscos

Hacía tiempo que Verédix no se lo pasaba tan divertido. Un escuadrón completo de romanos nuevecitos se dirigía hacia ellos, en la misma cima de la montaña, y era el tercero. Los otros dos yacían desparramados por toda la ladera por la que habían ascendido minutos atrás.
Ideálix, juguetón, ladraba continuamente corriendo de un lado para otro. En la cumbre de Los Riscos verdaderamente se podía respirar en libertad. Se acordaban ahora de las sensaciones en lo alto de otras grandes montañas escaladas con esfuerzo: la cercana cúspide de Torreárboles o las más lejanas de Nerja o del temible Mulhacén.
Sendérix y Mengíbrix oteaban la inmensidad del horizonte de espaldas a las maniobras del ejército romano, embriagados por la magnificencia de la madre naturaleza, ignorando por completo el peligro que se cernía sobre ellos. Sendérix mostró a todos desde allí el cerro de Pedro López, al que había subido tiempo atrás. Magístrix, el druida, se desgañitaba llamándolos a todos para que se unieran en el punto más adecuado para repeler al ordenado escuadrón imperial, en formación cerrada de erizo, que avanzaba lentamente hacia ellos, con las amenazantes lanzas extendidas.

Pero se preguntarán cómo habían llegado hasta allí nuestros amigos, en pleno cuartel general del ejército imperial. Estaban en un nido de avispas, en la mismísima boca del lobo, donde el todopoderoso emperador romano había establecido su puesto de mando más avanzado en su conquista de Hispania.

Todo tiene su explicación:
Corría ahora el año 19 A.C. Habían pasado 30 años desde que Julio César abandonara Hispania, humillado por los irreductibles cordubenses. Y 25 desde que el propio Senado Romano lo asesinara en nombre de la República, poniendo un infamante fin a su irrefrenable sed de poder y a una de las vidas más transcendentales y apasionantes de la Historia. Desde entonces la aldea bética de Corduba continúa asediada, eso sí, a una distancia respetable, para evitar fricciones y bajas innecesarias. La política del nuevo emperador Octavio Augusto es alejarse y aislar al pueblo bético, desechando la construcción de infraestructuras en sus cercanías; la orden era no construir ni vías ni puentes ni acueductos a menos de dos leguas, para que no puedan ser utilizadas en su contra.
La pequeña aldea era un remanso de paz. Nuestros amigos se habían hecho mayores -por no decir lo siguiente- y más sensatos. Verédix, con su perrito Ideálix –el hijo menor de Ideáfix- se aburría ahora en sus monótonos paseos. Estaba cansado de la rutina de acarrear menhires día tras día desde la esquilmada cantera.
Aunque la energía que le proporcionara la poción mágica al caerse en la marmita de pequeño había disminuido considerablemente, aún le quedaba parte de su espíritu indomable y aventurero. Por otro lado, no había perdido el apetito, pero ahora no hacía mucho ejercicio, por lo que el colesterol lo tenía ya por las nubes. Ya no salía a cazar jabalíes, había construido un pequeño cercado para criarlos porque era muy difícil encontrarlos por las cercanías, aunque su carne no resultaba tan sabrosa.
Así es que decidieron consultar con el viejo druida de la aldea, Magístrix, que era todavía un dinámico anciano, sabio y prudente. Querían saber dónde podrían encontrar su comida preferida y de paso hacer ejercicio y divertirse un poco. Sabían que él seguía saliendo mucho más lejos a buscar el muérdago necesario para confeccionar su maravillosa poción mágica.
Al gran druida Magístrix se le ocurrió que tal vez podrían divertirse haciendo algo de provecho para su pueblo. Pensó que podrían llevar a cabo una misión de espionaje militar, acercándose al cuartel general de los romanos en Los Riscos, para estudiar su posición y las dificultades del terreno, en caso de que Augusto decidiera un día la invasión de la aldea de Corduba. O viceversa.
Antes de nada decidieron consultar el asunto con el jefe de la aldea, Alcalniétix. El gran magnate, en un rasgo de finura inusitado, da su aprobación, con la condición de que no vayan solos, pues además de desconocer el camino, no se fía demasiado de Verédix, que, con la edad, ya no es el que era, y se le va la olla aún más que en el pasado.
El sensato jefe Alcalniétix exige que formen un grupo; que Verédix sea acompañado por alguien que conozca el camino y también por alguien que vaya tomando nota de los puntos estratégicos, y por fin, un líder responsable para observar que se cumplan los objetivos de la misión. Así es que escoge al propio Magístrix el druida, hombre sabio y responsable, que además, podría preparar la poción mágica en caso de necesidad. Y al experto explorador Sendérix, que sigue siendo a su avanzada edad el mejor guerrero de la aldea, y además declara conocer “perfectamente” el camino. De cronista designó al gran artista aurgitano Mengíbrix, para que confeccione los mapas del terreno explorado y describa los lugares estratégicos del camino.
Así, bien pertrechados, subieron hasta el Lagar de la Cruz en el viejo carro de bueyes de Sendérix, de noche aún, donde lo dejaron con una pequeña reserva de poción mágica hasta la vuelta, para recuperar energías.

Desde el más conocido de los cruces de la sierra cordubense iniciaron su novedosa ruta por caminos familiares, si bien a aquellas horas, todos los senderos –como todos los gatos- parecen lo mismo. Se adentraron por la vereda derecha con sus teas encendidas para cruzar hasta el GR-48, rumbo al primer campamento romano, Las Jaras, donde debían pasar subrepticiamente y tomar nota de las principales entradas y enclaves imperiales, especialmente del acceso secreto al fortín inexpugnable de Los Riscos.
Sendérix, a oscuras, con su animada charla sobre sus aventureros hijos, titubeó buscando el lugar a la izquierda por donde atravesar hasta el Gran Recorrido, pero con unos metros desandados pronto rectificaron y estuvieron en el buen camino, como fieles ovejitas. Magístrix repasaba con él los objetivos de la misión, recordándole la importancia de la misma. Pero Sendérix, como Verédix, lo tenía claro, a pesar de la absoluta oscuridad, podría recorrer este sendero a ciegas y no se perdería en ningún momento.
La idea de nuestro veterano guía era hacer una ruta lo más circular posible, tratando de no pasar dos veces por el mismo lugar, aunque para ello tuvieran que realizar un trazado más amplio. Por ello había desechado la opción de salir desde El Cerrillo, dejar la Cuesta de la Traición o del Villar, veredas próximas a la aldea y bastante trilladas, para centrarse en la exploración de los enclaves más próximos al campamento romano.
Marcharon siempre ligeros y sin interrupciones, centrados en la misión. Al estrecharse la vereda, Mengíbrix se coloca detrás de nuestro líder, asumiendo su papel de cronista, seguido del enérgico druida, al que no le pesan los años, y, cerrando el cortejo, el valiente Ideálix, que correteaba con los ojillos brillando como linternas pegado a su dueño.
A la entrada del campamento de Las Jaras llegaron poco antes del amanecer. Ni un alma. Ni la menor presencia romana -o celtíbera-. Debían sentirse muy seguros. Ni un solo guardia a las puertas. Los nuevos dueños de Hispania y de medio mundo no parecían tan disciplinados como creíamos. Dejaron la vía romana, que circunda el pequeño poblado, pasaron por delante mismo de la entrada principal –sin un mísero portón que la cerrara- y cruzaron silenciosos al interior del recinto sin ser observados. El sitio es un enorme enclave militar –el segundo en importancia de la comarca después del Muriano- con construcciones variopintas alrededor de un gran lago. Una verdadera ciudadela que cierra el paso al recóndito camino de Los Riscos.
Empezaba a clarear. Oyeron un carro romano que se acercaba a su espalda. El docto Magístrix dio la voz de alarma:
- ¡A la cuneta todos! ¡La guardia pretoriana! Y todos se echaron a un lado, detrás de los matorrales del borde de la calzada, para no ser vistos.
En otros tiempos, de buena gana hubieran hecho frente con sus propias manos a aquellos primeros somnolientos romanos. Pero la prudencia de la edad y la importancia de la misión se impusieron al primer impulso reñidor. Verédix tuvo que tapar el hocico de su perrito para que no los delatase con sus ladridos.
Comprobaron con fortuna que a estas alturas del otoño aún no contenía agua la cuneta, pero sí montones de pinchos de las crecidas zarzas, que dejaron su huella en nuestros héroes.
- ¡Por Tutatis! La próxima vez los aparto yo a esos blandengues del camino de un sopapo. Aunque se me venga el mismísimo Gladiator encima con medio imperio romano.
- Verédix, no seas impaciente –contestó Sendérix-. Pronto tendremos cientos de romanos fresquitos a nuestra disposición, para desahogarnos.
- ¿Queda mucho para llegar? Estoy hambriento. Andar me despierta el apetito. ¿Cuándo vamos a hacer una paradita para desayunar? Todavía no he visto un jabalí esta mañana, se los deben haber comido todos estos malditos romanos.
Magístrix les recordó que los romanos también eran famosos por sus grandes comilonas. Eran los Fastos; grandes celebraciones como las Bacanales, en honor a Baco, donde se comía y se bebía sin medida.
Mengíbrix, que conocía las fiestas populares de haber actuado alguna temporada en ellas, con poco éxito, comentó:
- En esta época empiezan las “feriae latinas” por todos los pueblos de alrededor. Es lo único que les permiten a los soldados, cuando no están de maniobras: comer, beber…y bailar. Pero los legionarios después de unas copas de vino pierden hasta el sentido musical.

Después de recorrer gran parte del flanco oriental de Las Jaras sin ningún contratiempo, entre las dormidas casitas de campaña, cualquiera hubiera podido pensar que aquello se asemejaba más a una idílica urbanización de vacaciones que a un campamento militar. Y es que los romanos parecían, después de tantos años asentados allí, haber tenido tiempo de mejorar mucho sus instalaciones y sus condiciones de vida iniciales.
- ¡Atención patrulla! Este es el camino de Los Riscos. –Clamó Sendérix, mesándose sus largos y sedosos bigotes-. Recordad esta entrada, porque por aquí saldremos también.
- ¡Mengíbrix, toma nota! Indicó el druida, a su vez.
Ideálix, entusiasmado, ladró con todas sus fuerzas repetidamente y se colocó al lado del guía, con Mengíbrix tomando notas detrás.
- ¡Psss! Silencio Ideálix. Sabía que no podías venir a esta misión. En realidad no debías estar aquí ahora. O te cayas o te ato aquí mismo para que te cojan los romanos.
Ideálix sólo emitió un pequeño gruñido de fastidio, metió su rabito debajo de las patas y no se separó los siguientes cinco minutos de su dueño.

Era un camino recto y ancho de tierra. No había pérdida. El camino pasaba al lado de un terreno de algún juego nuevo de los romanos construido al aire libre como un estadio chico (el campo de fútbol), por donde estaba la desviación al cerro de Pedro López, también. Al llegar al fondo del camino encontramos unos carteles indicando la presencia de la flora y fauna autóctona –sin duda para despistar al enemigo.
Hacia la izquierda se abre una amplia vereda por la que volverán después, pero, según les indica su experto explorador, su camino continúa de frente, siguiendo el cauce seco de un arroyuelo, por donde apenas se distingue una estrecha senda marcada por la mera presencia de pisadas recientes. A partir de aquí la necesidad de un buen rastreador se hace fundamental. Y aunque Magístrix no las tenía todas consigo, y exigía a Sendérix cada cierta distancia que le asegurara que iban por el sitio correcto, en el fondo todos confiaban en su líder, que disfrutaba enseñando sus queridas montañas a sus amigos.
La veredilla circulaba entre el frondoso follaje por donde las lluvias podrían haber hecho esta ruta inviable en otro momento, debido a la proximidad de los humedales que tuvieron que atravesar. Pero el paisaje, que empezaba a ser más abrupto, invitaba a pararse en cualquier dificultad del terreno a exhalar el olor a romero y a jara, y a levantar la cabeza para contemplar la exuberante vegetación que se extendía por todo el valle.
- ¡Cuidado por aquí! –Gritó Sendérix-. Han levantado un cerco antes del río Guadanuño. Podríamos rodearlo, pero así comprobamos si encontramos un punto débil por aquí.
- ¿Pero es este el camino o no? –Preguntó el veterano druida por enésima vez.
- Maestro: “Todos los caminos van a Roma”. Pues esto igual, podemos ir por un sitio o por otro.
- Pero ¿Tú has venido por aquí antes o no?
- Que sí viejo, que sí. Confía en mí, camarada.
- ¡Camaraadaa! No es el momento de explorar. ¡Por Belenos! Tenemos una tarea muy importante que hacer. Nuestro pueblo confía en que haremos un buen trabajo. Y no la podemos cagar.
- Mirad, aquí hay un hueco en la valla. Si tiramos para arriba y la levantamos un poco podemos pasar por debajo. Sujeta al perro Verédix. Que pase Mengíbrix y nos diga si hay romanos cerca. Dame la mochila. ¿Qué llevas aquí colega?
- Nada, déjala quieta. Voy para abajo. Subirla un poco más. ¡Ya!
- ¿Ves a alguien?
- Nada, todo tranquilo, adelante.
El anciano druida pasó ágilmente sin dificultad, pero cuando llegó la hora de Verédix todos se echaron a temblar. Habría que levantar completamente la valla para que pasara el enorme corpachón del desentrenado guerrero. Y aquello parecía ser bastante sólido.
Trataron de alzar desde dentro y desde fuera lo más posible, pero era inútil. No había espacio físico para él.
- ¿Y ahora qué? –inquirió el druida enojado con los brazos cruzados.
- Pues habrá que dar la vuelta por el otro sitio. –Pensó en voz alta Mengíbrix.
Verédix, aunque se puso colorado por unos instantes, no se alteró lo más mínimo. Sin decir nada, soltó a Ideálix en el suelo y agarró con las dos manos la verja por debajo. Sólo dijo:
- Quitaos de en medio. –Zarandeó dos o tres veces la valla y la empalizada se abrió como una lata de anchoas, por lo menos treinta pies para cada lado (unos 20 Mt de abertura).
- ¡Ya está! ¡Vámonos! –Cogió a su perrito y tiró hacia adelante.
Sendérix se desternillaba viendo las cosas de su compañero. Mengíbrix no salía de su asombro. Y el druida se echaba las manos a la cabeza, escandalizado con el enorme ruido que había provocado Verédix.
- ¡Agachaos todos! Madre mía. Ahora se presentará aquí la guarnición entera de Los Riscos, la de Las Jaras y hasta la del Muriano. ¡Será animal!

Pero de momento no ocurrió así. Sólo se levantó una pequeña bandada de pájaros y las ranas cercanas del río Guadanuño dejaron de croar asustadas. Los romanos seguían sin madrugar. Habrían vuelto tarde del viernes de feria en la cercana Villa-Viciosa –como ya la conocían los romanos por entonces.
Avanzaron por el borde del bonito río, poco caudaloso todavía, hasta encontrar un vado transitable hasta la otra orilla, para ascender a la primera colina desde donde se divisaba, cercana, la pared de Los Riscos como un skyline natural.

Continuará

Documentos adjuntos a esta publicación

La vista de las cumbresLos primeros escarceos por la ladera de Los RiscosPosando antes de las dificultadesSendérix y Mengíbrix buscando el mejor camino para ascenderLas primeras tortas con los romanosCruzando el GuadanuñoVerédix esperando al primer escuadrón de romanosMagístrix el druida posando en la falda de la montañaSólo le temen a que el cielo se les caiga sobre su cabeza
 
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